Homilía de monseñor Juan Rubén Martínez,
obispo de Posadas para el domingo de Pentecostés (12 de junio de 2011)
En este domingo estamos celebrando la gran Solemnidad de Pentecostés. El
Evangelio de San Juan (20, 19-23), nos muestra a Jesucristo Resucitado,
enviando a sus Apóstoles, a aquellos que fueron elegidos entre los discípulos:
“Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes” (Jn 20,21). Y les
otorga el poder para ejercer el ministerio de perdonar y retener los pecados,
que los sacerdotes ejercen en el Sacramento de la confesión: “Al decirles esto,
sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán
perdonados a los que ustedes se los perdones, y serán retenidos a los que
ustedes se los retengan” (Jn 20,22-23). Es bueno recordar que estos hombres
eran como nosotros. Ellos estaban orando “junto a María”, en el cenáculo, en la
mañana de Pentecostés, cuando el Paráclito prometido, el Espíritu Santo
descendió sobre ellos (Hch 2). En esa mañana de hace casi 2000 años nació la
Iglesia. El Espíritu Santo prometido va acompañándola y lo hará hasta el final
de los tiempos.
En esta reflexión de Pentecostés quiero tener especialmente presente a
la Iglesia. Los cristianos por el bautismo somos parte de la Iglesia. Nuestra
fe en Jesucristo, el Señor, por un lado tiene una dimensión de compromiso
personal y por otro necesariamente tiene una dimensión comunitaria-eclesial.
Es importante subrayar que difícilmente la fe de un cristiano pueda
madurar sin esta relación a la comunidad eclesial, a la formación permanente, a
la necesidad de recurrir a los sacramentos, a la Palabra de Dios y al Magisterio
de la Iglesia, que nos permite iluminar los acontecimientos que vivimos y nos
fortalecen a realizar opciones a veces difíciles que ayuden a humanizar y
evangelizar nuestra cultura. Al respecto quiero citar un texto clave para
profundizar en la necesaria eclesialidad en la espiritualidad de un cristiano,
sobre todo en este inicio del siglo XXI caracterizado por un excesivo
individualismo y subjetivismo. En Evangelii Nuntiandi el Papa Pablo VI nos
dice: “Existe, por tanto un nexo íntimo entre Cristo, la Iglesia y la
Evangelización. Mientras dure este tiempo de la Iglesia, es ella la que tiene a
su cargo la tarea de evangelizar. Una tarea que no se cumple sin ella ni mucho
menos contra ella. En verdad, es conveniente recordar esto en un momento como
el actual, en que no sin dolor podemos encontrar personas, que queremos juzgar
bien intencionadas, pero que en realidad, están desorientadas en su espíritu,
las cuales van repitiendo que su aspiración es amar a Cristo, pero sin la
Iglesia, escuchar a Cristo, pero no a la Iglesia. Lo absurdo de esta dicotomía
se muestra con toda claridad en estas palabras del Evangelio: “El que a
vosotros desecha, a mí me desecha” (Lc 10,16). ¿Cómo va a ser posible amar a
Cristo sin amar a la Iglesia, siendo así que el más hermoso testimonio dado a
favor de Cristo es de San Pablo: “Amó a la Iglesia y se entregó por ella?” (Ef.
5,25).
Durante estos años como Iglesia diocesana vamos asumiendo nuestro primer
Sínodo Diocesano, así como el documento de Aparecida, algo vivido con intensidad
en el año 2007. Tanto en el ámbito del laicado, la familia y los jóvenes
encontramos espacios que nos implican a profundizar la dimensión discipular y
misionera. En nuestras distintas comunidades ya sean parroquiales, educativas,
movimientos y asociaciones estos temas nos desafían a encontrar respuestas
adecuadas a las nuevas situaciones que nos plantea este inicio del siglo XXI.
También en este domingo quiero especialmente tener presente a la
Parroquia Espíritu Santo que cumple sus bodas de oro, y rezar también por los
padres redentoristas que en diversos lugares de nuestra Provincia, así como en
esta Parroquia han puesto su corazón misionero y evangelizador. Allí en este
Pentecostés celebraremos tan importante fiesta y como Diócesis estaremos unidos
a ellos.
En el documento de Aparecida se vuelve a señalar que la Misión de la
Iglesia es Evangelizar. En este nuevo Pentecostés quiero terminar esta
reflexión con un texto que expresa el gozo que tiene la Iglesia sobre el amor
de Dios: “Anunciamos a nuestro pueblo que Dios nos ama, que su existencia no es
una amenaza para el hombre, que está cerca con el poder salvador y liberador de
su Reino, que nos acompaña en la tribulación, que alienta incesantemente
nuestra esperanza en medio de todas las pruebas. Los cristianos somos
portadores de buenas noticias para la humanidad y no profetas de desventuras”
(30).
Con la alegría de celebrar la venida del Espíritu Santo sobre su
Iglesia, en este Pentecostés, les envío un saludo cercano y hasta el próximo
domingo.
Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas
Fuente:
AICA
Excelente homilia la del Obispo de Posadas. Me
ResponderEliminarconmovio tremendamente la frase, donde en vez de
"cristianos", diria "catolicos" somos portadores de la Buena Noticia y no profetas de desventu-
ras...en eso creo, nos diferenciamos de nuestros hermanos separados. No presentemos un Evangelio
"tremendo", sino un Evangelio de amor.
Tratemos de vivir juntos, unidos en Comunidad, al
igual que Maria, en el aposento alto, unida a los
ciento veinte...a la espera del derramamiento del
Esp.Santo...que nos revestira de poder...!
ETELVINA