Homilía de monseñor Carmelo Juan Giaquinta,
arzobispo emérito de Resistencia, para el domingo de Pentecostés (12 de junio
de 2011)
Jn 20,19-23
I. JESÚS, RESUCITADO POR EL ESPÍRITU DE DIOS
PADRE, LO COMUNICA COMO CABEZA DE LA NUEVA HUMANIDAD
1. El evangelista Juan, al narrar la
primera manifestación de Jesús resucitado, lo describe realizando su obra
máxima preanunciada por él en la última cena: la comunicación del Espíritu del
Padre. Gracias a él, el Hijo de Dios entró en la vieja humanidad, siendo
concebido en el seno de María Virgen. Gracias a él, Jesús transitó entre los
hombres, superando las tentaciones que pretendían distraerlo de su misión. Y
cuando pareció derrotado por la muerte en cruz, gracias al Espíritu resucitó a
una Vida infinitamente superior a la que Dios concedió al primer Adán,
inaugurando una Humanidad Nueva. Por ello el apóstol Pablo lo llama “el
Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús” (Rom 8,11).
2. Pletórico del Espíritu, Jesús no podía
retenerlo para sí. Por ello, remedando el gesto bíblico con que Dios infundió
su aliento en un muñeco de barro, lo primero que hace es comunicarlo a sus
discípulos: “Sopló sobre ellos y añadió: ‘Reciban al Espíritu Santo” (Jn
20,22; cf Gen 2,7). Para que estos, a su vez, lo comuniquen a los demás,
regenerándolos y perdonándoles los pecados: “Los pecados serán perdonados a
los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los
retengan” (v. 23).
II. “VENIDOS DE TODAS LAS NACIONES DEL MUNDO”
3. El libro de los Hechos de los
Apóstoles, por su parte, ubica el acontecimiento en Pentecostés, cuando los
judíos celebraban la fiesta de las Chozas, muy vinculada a la Pascua, la misma
en que Jesús había anunciado la efusión del Espíritu: “Al llegar el día de
Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del
cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la
casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego,
que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos
del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el
Espíritu les permitía expresarse. Había en Jerusalén judíos piadosos, venidos
de todas las naciones del mundo” (Hch 2,1-5).
4. La escena muestra el dinamismo del
Espíritu de Dios que quiere penetrar en todos lo hombres, sin distinción
alguna. Primero comienza derribando el muro de las diversas lenguas: “Al
oírse este ruido, se congregó la multitud y se llenó de asombro, porque cada
uno los oía hablar en su propia lengua” (v. 6). Pronto hubo un nuevo
Pentecostés, que derriba los muros de razas y naciones, como Pedro entiende y
por ello otorga a los paganos el bautismo en el Espíritu Santo: “Mientras
Pedro estaba hablando, el Espíritu Santo descendió sobre todos los que
escuchaban la Palabra. Los fieles de origen judío que habían venido con Pedro
quedaron maravillados al ver que el Espíritu Santo era derramado también sobre
los paganos. En efecto, los oían hablar diversas lenguas y proclamar la
grandeza de Dios. Pedro dijo: ‘¿Acaso se puede negar el agua del bautismo a los
que recibieron el Espíritu Santo como nosotros?’. Y ordenó que fueran
bautizados en el nombre del Señor Jesucristo” (Hch 10,44-48; cf 11,15-18).
III. POR EL ESPÍRITU, LA IGLESIA ES EL PUEBLO
DE DIOS, CONGREGADO DE ENTRE TODOS LOS PUEBLOS DE LA TIERRA
5. Mientras el Espíritu de Cristo no
complete su obra, habrá en nosotros un resto de egoísmo que pretenda apropiarse
de él y negarlo a los demás. Como vimos, les sucedió a los primeros cristianos
de origen judío, a quienes les costó aceptar que Dios quiere compartir su
Espíritu con todos los pueblos del mundo. Todas las divisiones en la Iglesia,
lo mismo que los errores en la evangelización, sucedieron por ignorar la
naturaleza del Espíritu Santo, e identificar su obra, que es el pueblo de Dios
congregado de entre todos los pueblos de la tierra, con una visión parcial de
la realidad: un sector eclesiástico, una nación, un partido.
6. Para acometer una nueva
evangelización, necesitamos tener la mirada de Dios sobre la humanidad. A ello
nos ayuda contemplar la Iglesia como obra del Espíritu Santo tal cual la
describe el Concilio. En uno de sus pasajes eximios, se refiere al Espíritu Santo
que “habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo…
Guía la Iglesia a toda la verdad… Con la fuerza del Evangelio rejuvenece a la
Iglesia, la renueva incesantemente y la conduce a la unión consumada con su
Esposo… Y así toda la Iglesia aparece como un pueblo reunido en virtud de la
unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Lumen Gentium 4). A la
Iglesia-Pueblo de Dios, la constitución conciliar Lumen Gentium le dedica el
capítulo II. Invito a leer completo al menos el párrafo 9: “Este pueblo
mesiánico tiene por cabeza a Cristo… La condición de este pueblo es la dignidad
y la libertad de los hijos de Dios… Tiene por ley el nuevo mandato de amar como
el mismo Cristo nos amó… Y tiene como fin, el dilatar más y más el reino de Dios,
incoado por el mismo Dios en la tierra... Este pueblo mesiánico, aunque no
incluya a todos los hombres actualmente y con frecuencia parezca una grey
pequeña, es, sin embargo, para todo el género humano, un germen segurísimo de
unidad, de esperanza y de salvación…”.
Mons. Carmelo Juan Giaquinta, arzobispo emérito de
Resistencia
Fuente:
AICA
DIOS QUIERE COMPARTIR SU ESPIRITU CON TODOS LOS HOMBRES, A PESAR DE LOS QUE SE CREEN DUEÑOS DEL ESPIRITU SANTO.......
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