El Santo Padre se desplazó desde la nunciatura apostólica al hipódromo de
Zagreb, situado a 8 kilómetros, en la orilla del río Sava. El hipódromo tiene
una capacidad para 300.000 personas. Una vez llegado al hipódromo, el
pontífice dio una vuelta en papamóvil entre la multitud para acercarse al palco
del altar, donde celebraría la Santa Misa con motivo de la Jornada Nacional de
las Familias Católicas Croatas. El palco tiene forma de dos manos; una protege
la fuente de la vida eterna, es decir, el altar como punto de encuentro
humano-divino en Cristo, mientras la otra mano forma el tejado símbolo de la
acción pneumatológica y de la presencia del Espíritu de Dios en la
Iglesia.
“Hemos celebrado hace poco la Ascensión del Señor, y nos preparamos para recibir el gran don del Espíritu Santo”, dijo el Papa en su homilía. “Hemos escuchado en la primera lectura cómo la comunidad apostólica estaba reunida en oración en el Cenáculo, con María, la madre de Jesús. Esto es un retrato de la Iglesia, que hunde sus raíces en el acontecimiento pascual. (...) Permanecer juntos fue la condición puesta por Jesús para recibir la llegada del Paráclito, y la oración prolongada fue el presupuesto de su concordia. Encontramos aquí una formidable lección para toda comunidad cristiana. A veces se piensa que la eficacia misionera depende principalmente de una atenta programación y de su sagaz puesta en práctica mediante un compromiso concreto. Ciertamente, el Señor pide nuestra colaboración, pero antes de cualquier respuesta nuestra es necesaria su iniciativa: su Espíritu es el verdadero protagonista de la Iglesia, al que se ha de invocar y acoger”.
Benedicto XVI agradeció después la invitación de los obispos de Croacia para visitar ese país con ocasión del primer Encuentro Nacional de las Familias Católicas croatas. Y manifestó su gran aprecio “por la atención y el compromiso por la familia, no sólo porque esta realidad humana fundamental debe afrontar hoy, en vuestro país como en otros lugares, dificultades y amenazas, y por tanto necesita ser evangelizada y apoyada de manera especial, sino también porque las familias cristianas son un medio decisivo para la educación en la fe, para la edificación de la Iglesia como comunión y para su presencia misionera en las más diversas situaciones de la vida”.
“Es bien sabido que la familia cristiana es un signo especial de la presencia y del amor de Cristo, y que está llamada a dar una contribución específica e insustituible a la evangelización. (...) La familia cristiana ha sido siempre la primera vía de transmisión de la fe, y también hoy tiene grandes posibilidades para la evangelización en múltiples ámbitos. Queridos padres, esforzaos siempre en enseñar a rezar a vuestros hijos, y rezad con ellos; acercarlos a los Sacramentos, especialmente a la Eucaristía, (...) introducirlos en la vida de la Iglesia; no tengáis miedo de leer la Sagrada Escritura en la intimidad doméstica, iluminando la vida familiar con la luz de la fe y alabando a Dios como Padre. Sed como un pequeño cenáculo, como aquel de María y los discípulos, en el que se vive la unidad, la comunión, la oración”.
“Hoy, gracias a Dios, muchas familias cristianas toman conciencia cada vez más de su vocación misionera, y se comprometen seriamente a dar testimonio de Cristo, el Señor. (...) En la sociedad actual es más que nunca necesaria y urgente la presencia de familias cristianas ejemplares. Hemos de constatar desafortunadamente cómo, especialmente en Europa, se difunde una secularización que lleva a la marginación de Dios de la vida y a una creciente disgregación de la familia. Se absolutiza una libertad sin compromiso por la verdad, y se cultiva como ideal el bienestar individual a través del consumo de bienes materiales y experiencias efímeras, descuidando la calidad de las relaciones con las personas y los valores humanos más profundos; se reduce el amor a una emoción sentimental y a la satisfacción de impulsos instintivos, sin esforzarse por construir vínculos duraderos de pertenencia recíproca y sin apertura a la vida. Estamos llamados a contrastar dicha mentalidad. Junto a la palabra de la Iglesia, es muy importante el testimonio y el compromiso de las familias cristianas, vuestro testimonio concreto, especialmente para afirmar la intangibilidad de la vida humana desde la concepción hasta su término natural, el valor único e insustituible de la familia fundada en el matrimonio y la necesidad de medidas legislativas que apoyen a las familias en la tarea de engendrar y educar a los hijos”.
“Queridas familias, ¡sed valientes!”, exclamó el pontífice. “No cedáis a esa mentalidad secularizada que propone la convivencia como preparatoria, o incluso sustitutiva del matrimonio. Enseñad con vuestro testimonio de vida que es posible amar, como Cristo, sin reservas; que no hay que tener miedo a comprometerse con otra persona. Queridas familias, alegraos por la paternidad y la maternidad. La apertura a la vida es signo de apertura al futuro, de confianza en el porvenir, del mismo modo que el respeto de la moral natural libera a la persona en vez de desolarla. El bien de la familia es también el bien de la Iglesia. Quisiera reiterar lo que ya he dicho otra vez: “La edificación de cada familia cristiana se sitúa en el contexto de la familia más amplia, que es la Iglesia, la cual la sostiene y la lleva consigo... Y, de forma recíproca, la Iglesia es edificada por las familias, “pequeñas Iglesias domésticas”. Roguemos al Señor para que las familias sean cada vez más pequeñas Iglesias y las comunidades eclesiales sean cada vez más familia”.
Fuente: VIS - Vatican Information Service
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