Hechos 6, 1-7
Salmo 32, 1-2.
4-5. 18-19
I Pedro 2, 4-10
Juan 14, 1-12
En este V domingo
del tiempo pascual, la Iglesia
nos propone, igual que la semana pasada, un texto del Evangelista Juan, en el
cual el Señor Jesús revela a los discípulos algunas verdades profundas sobre su
propia identidad.
Pero, el motor
que hace que el discurso se desarrolle entre los interlocutores protagonistas
del Evangelio del día, ya no es sólo un genérica deseo de felicidad, sino, el mismo corazón de las expectativas
más profundas propias de cada hombre: el deseo de poder ver a Dios, cara a
cara; «Felipe le dijo: «Señor, muéstranos al Padre»
(cfr. Jn 14,8).
El comportamiento
de aquellos que hablan con Jesús, podría convertirse para nosotros en motivo de
escándalo: de hecho, la acentuación de Felipe – “eso nos basta” – como también las palabras a través de las cuales Tomás afirma el no saber cual sea el camino para llegar al
lugar al cual el Señor va (cfr. Jn 14,5), nos proponen una mala
imagen de los dos Apóstoles, tanto, que nos hace tomar instintivamente una
cierta distancia de ellos. En verdad, ¿cuántas veces en el pasar de los días,
dejamos que el letargo de nuestra fe nos lleve a una pesadez del espíritu, por lo que los ojos de nuestra mente se hacen ciegos de
frente a las “obras” que el Señor cumple en la vida de cada uno?. Es así que
dejamos caer también la extrema invitación de Jesús: «Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Al menos, creedlo
por las obras» (Jn 14,11).
Es una verdad
innegable: nosotros, a menudo decimos de seguir al Señor, y lo decimos en
verdad; pero tal seguimiento podría ser sólo a nivel intelectual. Esto es
debido al hecho que no dejamos sedimentar en nosotros su Palabra, no la dejamos
germinar a través de la oración (cfr.Hc.6,4), pero sobre todo no nos hacemos
disponibles, a fin que, regenerados por los sacramentos, Cristo se haga
presente a través de nuestra humanidad «para
ofrecer sacrificios
espirituales, agradables a Dios»
(1Pr. 2,5).
El Señor Resucitado, venciendo la muerte, nos ofreció un ejemplo y nos abrió las
puertas del paraíso, mostrándonos así, no sólo de ser el camino que conduce al Padre, sino también la verdad y la vida: «El que me ha visto, ha visto al Padre»
(Jn 14,9).
Pidámosle por lo
tanto al Padre que nos done siempre su Espíritu, para que sea más claro en
nosotros, que sólo a través de Cristo es posible conocer el diseño bueno que la
providencia pensó para nuestra vida, con el fin de fundar nuestra esperanza y
nuestras acciones sólo en Él. De este modo se hará más fácil darnos cuenta que
el Señor está siempre junto a nosotros, de hecho, podremos ser instrumentos eficaces
para que Él, se manifieste al mundo entero.
Es una tarea que
nace del preferir a Dios: para los primeros discípulos, como hemos leído en la
segunda lectura, era claro el hecho de haber sido preferidos: «Vosotros sois linaje elegido, sacerdocio
real, nación santa» (cfr. I Pedro 2, 9); nosotros debemos apropiarnos de
esta consciencia, para que experimentando la vida nueva en Cristo, podamos
cantar con el salmista: «¡Aclamad con júbilo justos, a Yahvé, que la alabanza es
propia de hombres rectos!» (Sal 33,1).
Fuente:
Congregatio pro Clericis
Recien me doy cuenta, a que me llevaba esta ilus-
ResponderEliminartracion tan hermosa; si bien venian muchas cosas a mi mente: "Camino, Verdad, Vida" "Puerta estre-
cha", etc. etc. Representa para mi "El camino de
Emaus", no solo encontrarme con El, sino tambien
el "Reconocerlo"... Resucitado.!Gloria al Senior, Mauricio, que fue quien te inspiro...!
ETELVINA