Homilía de monseñor Luis T. Stöckler, obispo de Quilmes para la el octavo domingo durante el año (27 de febrero de 2011)
La enseñanza de Jesús en el sermón de la Montaña va al fondo de las cosas. Hoy nos advierte que la fe en Dios y el afán por el dinero son incompatibles. Una persona que pone su confianza en la plata y cuya principal preocupación son la comida y la ropa, se hace insensible a las atenciones de Dios y endurece su corazón a las necesidades del prójimo; se impide a sí misma a entrar en el Reino de Dios.
Grandes maestros como san Agustín y santo Tomas nos explican que, a diferencia de los bienes espirituales, los bienes materiales, p.e. una casa o un campo, dividen a los hombres, por no poder pertenecer, en su totalidad y al mismo tiempo, a dos personas; de ahí las divisiones, juicios y guerras. Los bienes espirituales, en cambio, como p.e. la verdad, la virtud, y aún el mismo Dios, pueden pertenecer a muchos a la vez. Por eso, mientras que el ansia desenfrenada de los bienes materiales divide profundamente a los hombres, los bienes espirituales los unen.
Lo que Jesús enseñaba, lo practicaba y sus discípulos lo aprendieron con Él. Vivían de lo que la Providencia les daba, y por eso mismo su predicación fue creíble. Su desinterés por el dinero y la despreocupación hasta por la comida provocaban en los oyentes una generosidad que no les hacía faltar a los discípulos lo que necesitaban para el día. La vida apostólica ha inspirado a muchos movimientos renovadores en la historia de la Iglesia. Los frailes de San Francisco ya eran diez mil cuando él murió a los 46 años; la “piccola casa” de san José Cottolengo en Turín albergaba diez mil pobres enfermos; eran tres mil las hermanas a la muerte de la Madre Teresa de Calcuta en todo el mundo. La pobreza voluntaria es de tal fecundidad material que raya a veces en cosa milagrosa. “¿Se olvida una madre de su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas? ¡Pero aunque ella se olvide, yo nunca te olvidaré!”, dice Dios hoy por boca del profeta Isaías. Y lo podemos ver entre nosotros mismos; Dios no se olvida de sus hijos. La Fazenda de la Esperanza que comienza dentro de poco, es un regalo de la Providencia.
La palabra de Jesús es verdad. El desprendimiento de los bienes materiales libera de la angustia, aumenta la confianza en Dios y da a la persona una felicidad que solamente así puede alcanzar. Pobreza voluntaria y confianza en Dios son cosas inseparables; cuanto uno más se desprende de los bienes materiales, mayor es su anhelo por los espirituales; cuanto menos se busca apoyo en muletas humanas, mayor es la confianza en Dios.
Cada domingo es una invitación a vivir esta felicidad. Si la aceptamos, no tenemos que inquietarnos por el día de mañana y recibimos la fortaleza para afrontar también la semana con su aflicción.
Mons. Luis T. Stöckler, obispo de Quilmes
Fuente: AICA
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