"Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo:" (Mc 3,6)

19 de marzo de 2011

El paralelismo entre Abraham y san José


Homilía de monseñor Héctor Aguer, arzobispo de La Plata, en la misa de la solemnidad patronal del seminario arquidiocesano (19 de marzo de 2011)


Nuestro Seminario celebra la fiesta de san José con particular solemnidad y con gozo espiritual. En realidad, la devoción al esposo de la Virgen santísima no se limita a esta fecha, ya que siguiendo una tradición bien arraigada recurrimos con frecuencia a su intercesión y experimentamos los frutos de su eficacia. Una bella oración litúrgica nos sugiere pedirle a Dios que nos conceda tener como intercesor en el cielo a quien veneramos como protector en la tierra. Al emplear este recurso nos vamos familiarizando con la figura de san José  y se abre la posibilidad de conocer mejor, con creciente hondura teológica y con aquella admiración que brota del amor, la misión que le ha correspondido cumplir en el designio divino de la redención. La sencillez y el silencio del santo patriarca nos introducen en la anchura y la longitud, la altura y la profundidad del misterio de Cristo (Ef. 3, 18). La solemnidad del 19 de marzo es una buena sazón para esbozar una reseña de las razones que sustentan nuestra devoción. Contamos para ello con los elementos que nos proporciona la liturgia, especialmente los textos bíblicos asumidos en la celebración. Para completar desde otro ángulo las consideraciones expuestas en años anteriores, hoy me propongo comentar las letanías de san José.

Como fórmula de oración, sea de súplica o de alabanza, la letanía existe desde los orígenes cristianos, con antecedentes en la Sagrada Escritura –pensemos, por ejemplo, en el salmo 135-  y también en el culto sinagogal. Fue empleada, desde siempre, en la devoción privada, pero su uso se hizo frecuente también en la liturgia. Actualmente cantamos las letanías de los santos en la noche pascual y en las ordenaciones; la oración universal en la misa y en el oficio divino adoptan asimismo la forma litánica. Las letanías de san José fueron propuestas a la Iglesia universal por san Pío X en 1909; en el documento de su aprobación se expresaba la intención del pontífice: a fin de que todos los fieles puedan imitar generosamente las virtudes del custodio y nutricio de la Familia de Nazaret e implorar su poderoso auxilio. Pero un formulario existía desde mucho antes. El 19 de marzo de 1614 Francisco de Sales escribía a la Madre Chantal y le enviaba las letanías del glorioso Padre de nuestra Vida y de nuestro Amor; así se expresaba el santo Doctor de la Iglesia, que era devotísimo de san José. En esa carta le explicaba a la cofundadora de la Visitación que él mismo se había tomado gustosamente el tiempo de revisarlas, corregirlas y poner los acentos para facilitar el canto. Le sugería también a Santa Juana Francisca rumiarlas interiormente, porque de ese modo su corazón se abriría a la meditación de las grandezas de este Esposo de la Reina de todo el mundo, llamado Padre de Jesús, y su primer adorador después de su divina Esposa.

La de san José es una típica letanía de invocaciones: presenta una retahíla de nombres o títulos que manifiestan el ser, la misión y el patronazgo glorioso del humilde carpintero de Nazaret; el lenguaje se asemeja al que es propio de la poesía, o del amor, que deja hablar al corazón. El comienzo de la lista, después de invocar el nombre mismo de José, se refiere a la historia de la salvación y a los orígenes del Mesías desgranando dos títulos: Ilustre descendiente de David y Luz de los patriarcas. El primero alude a la promesa mesiánica expresada en el oráculo transmitido por el profeta Natán, que hemos escuchado al inicio de la liturgia de la Palabra: yo elevaré después de ti a uno de tus descendientes, a uno que saldrá de tus entrañas, y afianzaré su realeza (2 Sam. 7, 12). Esa misteriosa designación señala a Jesús, y según las genealogías evangélicas es José quien introduce al Hijo de Dios y de María en la estirpe de David. La filiación se establece por referencia a los progenitores varones; la filiación de Jesús debía entonces, para tener fuerza de prueba, pasar por José, aunque no era su padre natural. José asumió la adopción, que confería los mismos derechos que la filiación biológica, como la misión de su vida. Las genealogías presentadas por Mateo y por Lucas, que difieren parcialmente entre sí, son ambas genealogías de José; en los dos casos se quiere expresamente dejar a salvo la concepción virginal. Mateo concluye: Jacob fue padre de José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, que es llamado Cristo (Mt. 1, 16); Lucas comienza anotando: cuando comenzó su ministerio, Jesús tenía unos treinta años y se lo consideraba hijo de José (Lc. 3, 23). Gracias a la generosa fidelidad del ilustre descendiente de David se puede afirmar que Jesús es la prole que saldría de las entrañas del gran rey y heredero de su reino. Por eso, en el momento triunfal de la entrada en Jerusalén, la multitud aclamaba a Jesús diciendo: ¡Bendito el Reino que ya viene, el Reino de nuestro padre David! (Mc. 11, 10).

El título Luz de los patriarcas puede ponerse en relación con la segunda lectura bíblica de la solemnidad de hoy. La liturgia nos sugiere un paralelismo entre san José y Abraham al destacar la fe y la esperanza como principio de paternidad. Él es nuestro padre común se dice de Abraham en la Carta a los Romanos (4, 16); puede decirse lo mismo de José, patriarca del nuevo pueblo de Dios y de la humanidad entera. La luz de la que habla la letanía puede ser interpretada como símbolo de la fe, que a lo largo de las generaciones patriarcales, y al igual que la esperanza, se fue purificando y concentrando hasta despuntar en el corazón de José y de su Esposa, la Madre del Señor.

Las siguientes invocaciones perfilan la misión que José debió cumplir en el plan de Dios. Ante todo, se lo llama Esposo de la Madre de Dios: éste es el título principal, el principio fundamental de una posible teología de san José. En el Evangelio de hoy escuchamos que el Ángel del Señor disipa el temor reverencial que lo retenía y le encomienda cumplir con la etapa decisiva del desposorio y conducir a María a su casa. La liturgia propone como texto alternativo el relato de Lucas sobre la pérdida del niño Jesús en Jerusalén y su hallazgo en el templo, entre los doctores de la ley (Lc. 2, 41-51). A esta escena, y en general a la vida oculta en Nazaret, se refieren los otros títulos de esta sección: Custodio purísimo de la Virgen, Padre nutricio del Hijo de Dios, Diligente defensor de Cristo (alusión posible a la huída a Egipto y a la posterior instalación en Galilea), Jefe de la Sagrada Familia. Los Evangelios de la Infancia pueden leerse desde esta perspectiva josefina: José es llamado padre de Jesús; el Niño le estaba sujeto; José, en la fe y en la esperanza se asombra, se angustia, trabaja y comparte la contemplación de María, ¿Por qué no pensar que también él conservaba esas cosas y las meditaba en su corazón (Lc. 2, 19)?

La letanía continúa con ocho invocaciones que destacan las virtudes que en san José se verificaron en grado máximo; de allí el uso de superlativos que no son exageraciones piadosas. Entre las ocho virtudes mencionadas figuran las cuatro cardinales; pero las otras son típicamente evangélicas, y evangélico es también el tono del conjunto. Es notable que lo primero que se diga es José justísimo. Habría que entender esta expresión de la justicia del Reino, de la que José tuvo hambre y sed; por eso en el Evangelio de san Mateo se lo designa como hombre justo (Mt. 1, 19). Su justicia es la esperanza puesta en el Mesías, el nexo entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, la apertura del alma a la revelación plena del misterio de Dios. Castidad, prudencia, fortaleza, obediencia, fidelidad, paciencia, amor a la pobreza: son los rasgos de la personalidad espiritual de san José. En la enumeración de las virtudes puede reconocerse una propuesta implícita de ejemplaridad, una invitación a asumir e imitar de algún modo esos valores. Sin embargo, la ejemplaridad se concentra en los dos títulos que signen, que manifiestan al artesano de Nazaret y esposo de María como Modelo de los obreros y Gloria de la vida doméstica. Se recoge en estas invocaciones la tradición católica y los acentos más recientes de la devoción a san José, ratificados repetidas veces por el magisterio de la Iglesia al exponer la teología de la familia y la espiritualidad del trabajo.

La sección conclusiva expone la amplísima extensión del patronazgo que le ha sido reconocido al santo patriarca. Patrono equivale a defensor, protector, amparador, aquel a quien se puede recurrir confiadamente y con la seguridad de ser escuchado y socorrido. Esta figura se entiende a la luz del dogma de la comunión de los santos. San José es Custodio de las vírgenes, como lo ha sido de María; en estos tiempos que corren habría que pedirle se manifieste como vindicador de la pureza, objeto de burla en la cultura hedonista y descreída que lo invade todo y arrasa la inocencia y el pudor ya desde la infancia. Es oportuno Sostén de las familias, que en tan gran número tambalean y se quiebran; su intercesión, en la actual coyuntura de la sociedad, es el recurso sobrenatural con el que contamos en la lucha por la afirmación del orden natural de la creación, violado por la corrupción de la costumbres y por las leyes inicuas que la potencian. Es Consuelo de los desdichados, Esperanza de los enfermos y Patrono de los moribundos, que nos acerca la misericordia de Dios en las circunstancias dolorosas en que se experimenta la fragilidad y los límites de la condición humana; a él podemos apelar para afrontar con sentido cristiano el caso auténtico, la cruz prometida a los discípulos. El patronazgo de san José resplandece universalmente como cuidado sobre la Santa Iglesia, que lo reconoce e invoca como su Protector; él en efecto debió velar por las primicias del misterio de la redención, que la Iglesia debe conservar y transmitir. El penúltimo título de la letanía es Terror de los demonios, y puede referirse especialmente a su fiel protección de la Iglesia; a San José debemos pedirle asiduamente que el poder del infierno no prevalezca contra ella (cf. Mt. 16, 18).

Valga el comentario precedente para recomendar el rezo frecuente de estas letanías, que podría hacerse en comunidad todos los miércoles, día tradicional dedicado a la memoria de san José.

Ya que el Seminario celebra hoy a su Patrono, podemos permitirnos establecer una cierta sintonía espiritual entre la vida nazaretana y la vida seminarística, poniendo los ojos, la mirada del corazón, en la figura modélica de José. En una preciosa alocución pronunciada en Nazaret durante su viaje a Tierra Santa, Pablo VI presentaba aquel sitio entrañable como la escuela donde empieza a entenderse la vida de Jesús, la escuela donde se inicia en el conocimiento de su Evangelio. También en los años de seminario, en este lugar, en esta comunidad cristiana, se aprende a escuchar, a meditar, a penetrar en el sentido profundo y misterioso de la manifestación del hijo de Dios entre los hombres; se aprende a imitar su vida. San José nos hace de guía. Sobre todo, nos inculca el amor al silencio, que Pablo VI llamaba indispensable hábito del espíritu, porque proporciona el ambiente adecuado para escuchar las enseñanzas de los maestros, del Maestro, y para descubrir y gozar su presencia; en efecto, non in commotione Dominus, el Señor no está en la conmoción (1 Re. 19, 11). El espíritu de Nazaret se distingue por la serena y perseverante contracción al trabajo y por la armonía de la vida comunitaria propia de una verdadera familia. En el estudio y en las demás ocupaciones seminarísticas asumidas con amor y por amor se va forjando la futura caridad pastoral, por la cual el sacerdote entregará lo que tiene y hasta se entregará de buena gana a sí mismo por el bien de los fieles (cf. 2 Cor. 12, 15). Y en el empeño con que se triunfa del egoísmo y del orgullo para vivir en paz con todos y para quererse mutuamente como hermanos se perfila el sentido de la Iglesia y se ensaya el servicio a la comunidad cristiana, que el futuro presbítero tendrá que reunir, presidir y guiar con el amor del Buen Pastor. ¡Que esto pueda realizarse, cada vez mejor, en este Seminario platense que lleva el nombre bendito de san José.!

Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata

Fuente: AICA

1 comentario:

  1. Anónimo19.3.11

    Hola Mauricio y comentaristas blogueros, hermoso paralelismo siguiendo la oración Litánica, diremos Titánica que integra la Palabra revelada de manera magistral, propia del Pastor, también quiero invitaros a visitar un buen blog donde madurar la fe mediante la formación y catequesis adulta, mistagogia de la liturgia, pensamiento teológico, vida espiritual y aliento para la santidad.
    Un saludo.

    http://corazoneucaristicodejesus.blogspot.com/

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