"Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo:" (Mc 3,6)

13 de octubre de 2010

Homilía de Mons. Martorell en el Congreso Internacional de Jóvenes de Hogares Nuevos

Homilía de monseñor Marcelo Raúl Martorell, obispo de Puerto Iguazú, en el cierre del Congreso Internacional de Jóvenes de Hogares Nuevos (Wanda, 11 de octubre de 2010)

Queridos jóvenes, hoy se cierran tres días de un encuentro internacional, encuentro de jóvenes que han venido hasta esta ciudad de Wanda con un deseo, con una actitud y sobre todo con una esperanza…Encontrarse y encontrar a Jesús, ¿para qué? Esa es la gran pregunta. Para qué quieren encontrar a Jesús cuando el mundo les ofrece y presenta miles de atractivos más interesantes quizás que Jesús. No obstante pensamos que el mismo Espíritu de Jesús trabaja en nuestros corazones, los mueve, los toca y los envuelve en un hálito de ternura invitándonos a conocerle y a seguirle.


El mundo actual y nuestras patrias respectivas necesitan reconocer nuevamente al Salvador, volverse hacia Él y “reencontrarle” y por ello creo firmemente que como en el principio de la salvación evangélica “Dios está llamando”, el Espíritu de Jesús vuelve a mostrarse como a Juan el Bautista, llamado el precursor del Señor, a “preparar sus caminos” (Jn. 1, 30-33). Misión anunciada en el Antiguo Testamento, que los cuatro Evangelios relatan de una manera maravillosa describiendo el pasaje del Profeta Isaías: “una voz clama en el desierto ¡Preparad el camino del Señor!, allanad sus senderos”  (Is. 40,3). Y mientras predicaba El Bautista, dos jóvenes vieron al Señor y después de la confesión de Juan, le preguntaron: “¿Señor dónde vives, quién eres?” Y el Señor les contestó: “vengan y lo verán” y dejándolo todo lo siguieron. Esos jóvenes eran Juan y Andrés que llegaron a ser dos grandes Apóstoles del Señor.

Pero también hay otra historia bíblica en Is. 6,8 “Yo escuché una voz que me decía: ¿a quién enviaré a mi pueblo…y yo respondí, aunque sea un muchacho ¡envíame! Y siglos después Juan El Bautista se presenta como el mensajero que prepara el camino del Señor (Cfr. Mc. 1,2). Hoy como ayer el Señor necesita mensajeros de su palabra y de su vida. Hay que volver a los tiempos apostólicos con la generosidad y las fuerzas que encierra en su vitalidad nueva el corazón del joven; con esa fuerza, alegría y esa disposición que no sabe de cansancios.

Pero para esto es necesario el amor. Y le preguntó el Señor a Pedro: “¿me amas Pedro, me amas más que éstos?” “Sí Señor, tú sabes que te amo”, contestó Pedro. Es el amor la clave de la relación con el Señor, es el amor lo que nos hace próximos a su vida y a su mensaje. Es a través del amor que conocemos al Señor y es tan fuerte que no podemos dejar de penetrar en Él, en su corazón, con toda la fuerza de nuestro espíritu. Es el amor una vía del conocimiento de Dios el Señor, tal que a través de él, vamos conociendo la fuerza de su Espíritu y ese mismo amor. Vamos como penetrando en su ser personal, el amor es develador y revelador del misterio de Jesús, un misterio distinto al nuestro pero que puede llegar a confundirse con nosotros. Es el “Misterio del Otro”, del Hijo, que por el amor y el mensaje se hace contemporáneo a nosotros.

Jóvenes, hay una actitud que como al Evangelista San Juan, le llevó en el amor a “conocer” e identificarse con el Señor: Juan reclinó su cabeza sobre el corazón del Señor, escuchó sus latidos y los encerró en su corazón. Ser como el joven Juan es una invitación sin reservas, ser como Juan es una gracia a la que todos estamos invitados.

Jesús reúne una nueva familia –sus discípulos- una comunidad nueva en la familia de la Iglesia. Nosotros somos esa nueva familia que nos hemos reunido a través de su mensaje y del amor que nos ha brindado y que hemos descubierto en ese encuentro intimo con Él. En esta familia y a través de ella, en este carisma, debemos llevar un mensaje lleno de esperanza.

Vivimos un mundo que se ateíza cada vez más, un mundo en donde los ejemplos de amor y santidad parecen valores perimidos, pasados de moda; un mundo en donde los ejemplos no son siempre los mejores y en esto incluyo también a nuestra familia “la Iglesia”. ¿Hemos caído? ¡Lloremos nuestros pecados y pidamos perdón! Más no nos quedaremos caídos. ¡Nos pondremos de pie! Y como el joven Francisco de Asís, nos quitaremos las vestiduras y desnudos nos ofreceremos al Padre y comenzaremos a vestirnos con una vestimenta nueva: la del amor y la pureza.

Cristo nos llama a conocer la verdad, que es Él mismo. Nos convoca a amar la verdad y sentir pasión por la verdad y con la pasión de los Apóstoles hacerla conocer nuevamente al mundo. Esta es, queridos jóvenes, la exigencia de la fe cristiana que nos llama a  anunciar al mundo la Verdad. Estamos llamados a anunciarla y vivirla, vestidos con esa vestimenta nueva de pureza y amor. Y esa verdad es Cristo, el Cristo de la fe que es el Señor de la Historia y de la Vida, que tiene un mensaje siempre nuevo; un mensaje que no pasa en el tiempo, un mensaje que permanece y que se identifica siempre con una vida nueva, una vida deseable de ser vivida por el amor y la verdad que ella encierra.

Ustedes han venido a este encuentro, han recobrado y renovado el fervor espiritual y como dice Aparecida: “conservemos la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas. Hagámoslo, como Juan el Bautista, como Pedro, Pablo y los otros Apóstoles, como esa multitud  de admirables evangelizadores que se han sucedido a lo largo de la historia de la Iglesia con un ímpetu interior que nadie ni nada pueda extinguir. ¡Sea esta la mayor alegría de nuestras vidas!

Que nos ayude la compañía siempre cercana y llena de ternura de María. Amén.

Mons. Marcelo Raúl Martorell, obispo de Puerto Iguazú
Fuente: AICA

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