I Introducción
La Tradición Cristiana siempre ha estimado que el ámbito más excelente para la interpretación de la Sagrada Escritura es la Liturgia, especialmente en la proclamación y la predicación, es allí donde por antonomasia la Escritura pasa de ser meramente literatura a ser Palabra de Dios viva, activa y presente, por la acción del Espíritu Santo. Por otra parte, la interpretación litúrgica de la Biblia no puede considerarse de ninguna manera en una suerte de “eiségesis” o dimensión foránea al texto bíblico, añadida desde afuera. Tanto la Biblia como la Liturgia muestran una visión del mundo y de los tiempos idénticas, al menos así debería suceder. En verdad, la espiritualidad bíblica enriquece la vida litúrgica y la Liturgia aporta a la Biblia un comentario vivo que le permite manifestar su sentido pleno (“sensus plenior”).
La Biblia y la Liturgia se relacionan entre sí como fuentes recíprocas. La Biblia contiene infinidad de pasajes de contextos litúrgicos: salmos, himnos, cánticos, ofrendas, sacrificios, culto, etc. La práctica litúrgica de Israel ha dejado huellas en la configuración y contenido de textos importantísimos de la Biblia. Por ejemplo:
La Pascua (Ex 12,1-13,16)
La Revelación de la Alianza en el Sinaí (Ex cap. 19 al 24)
La conquista de la Tierra Prometida (Josué, en especial el cap. 6)
En otros casos, la influencia litúrgica se ve en la composición de libros enteros. Por ejemplo: Josué, Deuteronomio, Apocalipsis. El uso litúrgico fue determinante en el proceso de canonización de los libros inspirados tanto judíos como cristianos. Asimismo, la Biblia es la principal fuente de la Liturgia, especialmente después del Concilio Vaticano II, las plegarias eucarísticas y los prefacios están llenos de alusiones bíblicas. La afirmación sacerdotal “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” es una cita de san Juan Bautista en su encuentro con Jesucristo o la plegaria “Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa pero una Palabra Tuya bastará para sanarme” es una adaptación de Mt 8,8 y Lc 7,6-7.
En definitiva, Biblia y Liturgia se entrelazan a través de los tiempos de manera tan estrecha que han dado origen a una riquísima tradición que es fuente inagotable de recursos y nuevos significados para los cristianos de todos los tiempos.
II ¿Cómo la Liturgia interpreta las Escrituras?
No lo hace de cualquier manera sino en atención a tres características principales:
1) La Liturgia está viva y es acción
2) La Liturgia es cristocéntrica
3) La Liturgia es de intención pastoral
III El Año Litúrgico – ciclos (en relación a la Biblia)
El Año Litúrgico en su totalidad parte del Misterio Pascual de Jesucristo y se orienta hacia él. La distribución de las lecturas a lo largo de los diferentes ciclos: A, B, C; tiempos fuertes (Adviento, Cuaresma, Pascua, Pentecostés, Tiempo ordinario); santorales, se estructura principalmente en atención a la Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión del Señor y no tanto en atención a la “historia de la salvación” (desde la Creación hasta la Segunda Venida). Por lo tanto, podemos observar que los principios litúrgicos se antepusieron a cualquier otro (exegético, catequístico, etc.) a la hora de estructurar el Leccionario de la Santa Misa. También, es importante reconocer las tres características de la Liturgia expuestas anteriormente.
La Liturgia requiere familiarizarse con la Sagrada Escritura, de hecho utiliza la Biblia de manera selectiva. Por ejemplo: El Leccionario dominical y festivo contiene aproximadamente un 14% de toda la Escritura. Siendo así, presupone un conocimiento básico de los textos, del kerygma, de los símbolos, del argumento general y de los personajes. En comunión con la revisión litúrgica del Concilio Vaticano II se ofrece un contacto mucho mayor con la Biblia pero que deberá ampliarse más allá de la experiencia litúrgica, ya que no es la intención ofrecer un curso bíblico en la Santa Misa.
Otro aspecto importante es el emparejamiento de los distintos contextos en el Leccionario, ya que generan nuevos significados. En el Leccionario los pasajes bíblicos se sacan de sus contextos y son recontextualizados con otros pasajes creando nuevos esquemas y significados en su aparejamiento. Asimismo, se colocan juntos textos del Antiguo y Nuevo Testamento conforme al principio de “profecía y cumplimiento” basado no en un plano estrictamente histórico sino simbólico y tipológico que sigue una propia tendencia de los autores sagrados del Nuevo Testamento. Por ejemplo: Mt 21,5 es una combinación de Isaías 62,11 y Zacarías 9,9; Ro 11,8 está tomado de Deuteronomio 29,3 e Isaías 29,10; Mr 1,2-3 nombra solamente a Isaías por encabezar los libros proféticos siendo que una parte pertenece a Malaquías.
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