Tanto Juan Bautista como los esenios se apoyaban en el oráculo profético de Isaías 40,3: “Preparen en el desierto el camino del Señor…”, por lo cual es muy probable que fuera una de las frases predilectas de Juan y que aparece en los cuatro Evangelios (Lc 3,3; Mt 3,3; Mc 1,3; Jn 1,23), significa que en la reflexión, meditación y cumplimiento de la Ley por la comunidad del desierto se preparaba el camino del Señor (cf. 1QS VIII, 12-14), aunque en realidad los esenios estaban esparcidos por toda Palestina pero los más comprometidos y disciplinados se encontraban en Qumrán. Es importante señalar que cuando hablamos del “desierto de Judá” entendemos un desierto surcado por el río Jordán.
La disciplina espiritual de Juan Bautista y los esenios era muy dura. Se separaron del sistema de sacrificios del Templo y esperaban un nuevo sacerdocio; a pesar de eso y de contar con un calendario litúrgico propio seguían enviando ofrendas al Templo, respetando la institucionalidad; despreciaban la corrupción imperante en Israel en ese tiempo, especialmente la espiritual y religiosa, causa de los otros males nacionales.
En fin, podemos trazar muchos otros rasgos de los del Qumrán pero ya estamos en condiciones de meternos en la escena del encuentro entre el Bautista y el Cristo en el Jordán: Apuntémoslo así: por un lado “el Bautista” (el que bautiza para el arrepentimiento del pecado y posterior adherencia a la Ley, así entendía Juan su “frase favorita” de Is 40,3) y por el otro “el Cristo” (el ungido de Yahvé, el que ha sido consagrado, apartado para bautizar en el Espíritu Santo y en el fuego). Entonces, podemos trazar una nueva descripción literaria de la escena: por un lado “el agua” y por el otro “el fuego” ¿puede el fuego ser limpiado por el agua? aunque tenemos el antecedente bíblico del profeta Elías pidiendo más agua para encender el holocausto con el fuego de Dios (cf. I Reyes 18, 34-38) y Juan Bautista vino con el espíritu de Elías (cf. Mt 11, 14). Jesús esgrime ante el profeta del desierto un argumento de conveniencia teológica: conviene hacerlo así conforme a la justicia de Dios (cf. Mt 4,15). En oración llega el Bautismo y el Espíritu Santo (el fuego de Dios) desciende directamente a Jesús ¡definitivamente el agua no puede limpiar el fuego pero convenía hacerlo así! El Bautista y el Cristo, ambos, tenían razón.
¡Qué en este año 2010 el agua de la Palabra de Dios nos lleve a vivir con pureza sin caer en el aburrimiento; y que el fuego del Espíritu Santo nos lleve a vivir con fervor sin caer en la exageración! Porque así como un Bautismo perenne necesita de un Pentecostés perenne, así también un Pentecostés perenne necesita de un Bautismo perenne. (PCD).
Editorial enero 2010 de Prensa Cristiana Digital
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Lectura que vuelve a repetirse en la liturgia de Adviento como esperando la llegada de Aquel que nos colma de toda bendición y gracia.
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