"Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo:" (Mc 3,6)

19 de abril de 2012

Mons. Domingo Castagna: "La fe revela que el estado actual de la Iglesia manifiesta todo el potencial proveniente de Pascua y Pentecostés. Basta que lo ponga en acción para que el mundo reciba el impacto de su acción evangelizadora"


 Texto completo de la sugerencia homilética

Cristo da la paz. La paz es una auténtica emanación de la Resurrección, como don de la Vida plena. Es Cristo resucitado quien la otorga a quienes están dispuestos a recibirla. En un mundo sumergido en la “cultura de la muerte” todo intento de paz es un sueño irrealizable. Mientras no respetemos la vida humana, en todas sus expresiones, es inútil que proyectemos un orden destinado a ser guardado en prolijos e inútiles anaqueles. Cristo da la paz, no la propone a la discusión absurda de ciertos paneles televisivos. Frente a su humilde gesto dadivoso no hay lugar para la confrontación ideológica, a la que nos tienen acostumbrados presuntos propugnadores de fatigantes teorías, que no resuelven la corrupción y la violencia. El don de la paz de Cristo cambia el corazón de quién lo recibe. Los Apóstoles experimentan la transformación que el saludo pacificador del Maestro resucitado causa en sus pobres vidas de hombres acobardados ante el riesgo de ser sorprendidos por sus enemigos. El primer efecto del saludo y don es la unidad; los sorprende juntos y los une para la lucha humanamente desigual que se iniciará apenas se produzca la Ascensión.

El Rey humilde e inmolado. Así será durante la historia de la Iglesia, con momentos de variada conflictividad: desde las crueles persecuciones de los emperadores paganos hasta el triunfo de la fe, capitaneado por Constantino, hijo de Santa Elena. No es el triunfo imperial el cometido del Evangelio predicado por los humildes Apóstoles de Jesús. La persecución y la pobreza extraen de la Iglesia el rico patrimonio de verdad y santidad, del cual procede su invencible poder. Hace dos semanas recordamos el ingreso de Jesús a Jerusalén. No se caracterizó por el triunfo sino por el reconocimiento profético de un pueblo humilde; no pareció un homenaje sino el presagio del dolor y la tragedia. Cristo es Rey, así se reconoce ante quien decide su humillante crucifixión. Su Reino no es de este mundo pero ofrecerá a los hombres el único orden que puede garantizar la paz: el amor. No hay fraternidad sin amor, no hay ciudadanía sin amor; no hay justicia, ni legislación ordenadora de la vida social sin amor. Pero como la paz, el amor no es invento de los políticos y sus ideologías, es don de Dios que únicamente hace efectivo Cristo resucitado.

La Pascua debe ser predicada y celebrada. En las últimas instrucciones de Jesús no se pretende dibujar una estrategia o privilegiar un sistema sobre otro. El Señor les indica la meta: “Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados” (Lucas 24, 46-47). La Pascua señala la universalidad de la misión de Cristo. En su Nombre debe predicarse al mundo la conversión “para el perdón de los pecados”. Quienes deben hacerse cargo de esa misión - Suya y de ellos - están viviendo la experiencia necesaria de la Resurrección. En esos momentos no solamente se cercioran de que el Señor está vivo sino que perciben un anticipo del Espíritu que los capacitará para la “misión”. El don del Espíritu Santo será pleno, y los constituirá en la Iglesia de Cristo, el día de Pentecostés. La fe revela que el estado actual de la Iglesia manifiesta todo el potencial proveniente de Pascua y Pentecostés. Basta que lo ponga en acción para que el mundo reciba el impacto de su acción evangelizadora.

Los siempre y nuevos evangelizadores. Lo hará gracias al “testimonio de santidad” de los cristianos, inconscientemente esperados por el mundo. Cuando los cristianos sean más cristianos, el mensaje evangélico llegara, desde donde estén ellos, a sus más distantes e insólitos vecinos. La evangelización se produce por contagio: el creyente genera creyentes e ilumina, con su comportamiento evangélico, los rincones más tenebrosos de la sociedad que integran. El Papa Benedicto XVI lo descubre ante la mirada de la Iglesia con excepcional clarividencia: “’La obra de Dios es ésta: que creáis en el que él ha enviado’ (Juan 6, 29). Creer en Jesucristo es, por tanto, el camino para poder llegar de modo definitivo a la salvación” (Porta Fidei nº 3).

Fuente: AICA

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