Texto
del micro radial de monseñor José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la
Vera Cruz, emitido por LT 9 (15 de abril de 2012)
Venimos de celebrar la Pascua que no es sólo un
acontecimiento del pasado decíamos, un hecho histórico, sino la realidad de una
vida nueva para el hombre. Esto es lo importante y actual. Estamos llamados a
vivir con gozo y esperanza la realidad de un principio que todo lo transforma.
La puerta que nos abre a este camino es la fe, que nos permite leer en la
historia el actuar de Dios y comprender su significado.
La fe no crea ideas o hechos, sino que nos
introduce en el ámbito más profundo de nuestra verdad como hijos de Dios; desde
ella nos conocemos como parte única y personal del plan creador y redentor de
Dios. La Pascua pertenece al momento redentor del plan de Dios que se realiza
por medio de Jesucristo. No somos seres anónimos, sino personas creadas y amadas
por Dios. A esta verdad nos introduce la fe.
Esto significa, ante todo, que mi vida tiene un
sentido y, además, que no camino solo. La fe me hace conocer el origen de dónde
vengo y me da certeza del término hacia donde voy, pero sobre todo me hace conocer
y vivir la presencia de un Dios que me acompaña, que camina junto a mí. Pascua
nos habla de la presencia actual de Jesucristo que permanece en la historia
como camino de una Vida Nueva. Su presencia no es sólo una doctrina que nos
marca un camino, sino una gracia que sana y transforma. No se trata, por otra
parte, de una presencia que redime o salva a la persona en un sentido
individual, sino que también debe llegar a nuestras relaciones.
El don de la pascua se convierte, para el hombre,
en una tarea de alcance social. Si bien ella es en Cristo un momento definitivo
en la historia de los hombres sus consecuencias sociales, sin embargo, no están
establecidas de una vez para siempre. Esta es, precisamente, la tarea que surge
como compromiso de quién celebra y vive responsablemente la Pascua. Este camino
en la Iglesia se va desarrollando a lo largo de su Doctrina Social, que es como
la resonancia temporal del Evangelio.
De esto se desprende que la transformación del
mundo a partir del Evangelio de Jesucristo, que se hace vida nueva para el
hombre en la Pascua, es una dimensión esencial de la fe cristiana. La fe no me
aísla del mundo sino que me hace responsable de este mundo para que el sea una
casa donde reine la verdad y la justicia, el amor, la paz y la solidaridad, que
son lo valores de ese Reino de Dios que nos ha predicado Jesucristo.
Desde la Pascua esto es posible y deja ser una
utopía más. ¿Qué nos falta para que esto sea realidad? Aquí debemos hablar de
nuestra vida cristiana como presencia y compromiso en el mundo. El mayor
servicio que un cristiano y la Iglesia pueden ofrecer al mundo es,
precisamente, ser testigos de la Pascua a través de una vida coherente y
comprometida con los valores del Evangelio.
Deseando que la Pascua no haga descubrir el
significado y la grandeza de nuestras vidas como hijos de Dios, como de nuestro
compromiso con el mundo, les hago llegar junto a mi afecto y oraciones, mi
bendición en el Señor Jesús.
Mons.
José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
Fuente:
AICA
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