"Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo:" (Mc 3,6)

9 de marzo de 2012

Mons. Rubén Frassia: "Escuchemos de nuevo a Cristo, y si tenemos esta gracia de escucharlo vamos a tener sorpresas en el mejoramiento de nuestra vida y en el trato respetuoso para con los demás"

 
Reflexión de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en el programa radial Compartiendo el Evangelio (4 de marzo de 2012)
 
San Marcos 9, 2-10
Seis días después, Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos. Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas. Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Pedro dijo a Jesús: "Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías". Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos de temor. Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: "Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo". De pronto miraron a su alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos. Mientras bajaban del monte, Jesús les prohibió contar lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos cumplieron esta orden, pero se preguntaban qué significaría "resucitar de entre los muertos".
 

"¡Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo!”
 
Este es el Evangelio de la Transfiguración donde se marca el conocimiento, la comprensión de Jesús, ¿para qué viene?, ¿cuál es su misión?, ¿a qué lo envía el Padre?; y de alguna manera el resumen del Antiguo Testamento se da a través de estos dos Profetas: la presencia de Moisés, que es el conocimiento de la Ley y la presencia de Elías donde, ambos, están acompañando y testimoniando lo que Jesús va a hacer. Y la presencia de la nube junto a ese “blanqueamiento” de las vestiduras, son la manifestación brillante, luminosa, de Dios.
 
Luego, uno se imagina el gozo que esa situación produce; el gozo de que ¡Dios está y hay Paz! Pedro, asustado por ello, intenta armar tres carpas: una para el Maestro, otra para Moisés y otra para Elías. "¡Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo!” Y mirándolo, vemos al Hijo obediente al Padre.
 
Nosotros tenemos que trabajar este concepto, trabajar esta realidad. También, como el Hijo, tenemos una misión y una vocación. Y estas sólo se podrán cumplir si están abiertas a la fe y al consentimiento de la voluntad.
 
Se dice que la obediencia es hija de la fe y la fe nos hace entrar en la dimensión de Cristo cuya medida es el amor. Hoy el mundo “hace agua” porque, en su desequilibrio e inestabilidad, nadie quiere obedecer, o se hace difícil obedecer. Y para saber mandar uno tiene que saber obedecer. El Obispo manda, pero el Obispo manda porque también obedece. El sacerdote puede mandar, porque el sacerdote también tiene que obedecer. El laico tiene que mandar, en lo suyo, en su familia, en su trabajo, pero también tiene que obedecer. El que sabe obedecer es también aquél que sabrá mandar. Pero el que no sabe obedecer se convertirá en un arbitrario o en un déspota.

La obediencia está sostenida en la fe, y creo que es importante trabajar desde la fe el concepto de la obediencia. Vivir de acuerdo a la conciencia, de acuerdo a lo que el Evangelio nos pide, de acuerdo a lo que el Señor nos dice, de acuerdo a lo que la Iglesia nos instruye, de acuerdo a lo que la sociedad y el Pueblo de Dios nos van indicando. Como decía Monseñor Angelelli, obispo de La Rioja que murió trágicamente y se dice que lo mataron, que “hay que escuchar con un oído a Dios y con el otro al Pueblo de Dios”; y creo que es importante esta doble relación.
 
En esta Cuaresma, tiempo de conversión, tiempo de creer más en el Evangelio, pidamos al Señor que escuchemos más para amar más. Escuchemos más para ser obedientes: “este es mi Hijo muy amado, escúchenlo” Escuchemos de nuevo a Cristo, y si tenemos esta gracia de escucharlo vamos a tener sorpresas en el mejoramiento de nuestra vida y en el trato respetuoso para con los demás.
 
Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén
 
Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús
 
Fuente: AICA

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