"Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo:" (Mc 3,6)

12 de marzo de 2012

Mons. Conejero Gallego: "En estos tiempos de crisis generalizada en tantos ámbitos, de tantas inestabilidades e inconsistencias, de tantos abandonos e infidelidades… de tanto poner la mano en el arado, y echar la vista atrás, hemos de ser firmes en la fe, permanecer y perseverar para poder comunicar, transmitir, testimoniar y compartir la fe recibida de la Iglesia"


  
Editorial de monseñor José Vicente Conejero Gallego, obispo de Formosa para el suplemento diocesano “Peregrinamos”, órgano de difusión de la diócesis (Marzo de 2012)
 

Estamos peregrinando hacia la Pascua. Hace unos días, hemos comenzado la Cuaresma, tiempo de gracia y conversión en el que Dios mismo, con la fuerza de su Espíritu Santo "es quien obra en nosotros el querer y el obrar, como bien le parece" (Cf. Flp 2, 13). En marzo, iniciamos nuestras actividades pastorales y escolares, tratando de infundir esperanza y alegría renovadas a nuestras tareas cotidianas.
 
El horizonte apunta siempre a lo más alto, a lo mejor, a lo supremo, Jesús invita a ello: Sean, pues, perfectos, como es perfecto vuestro Padre celestial (Mt 5, 48); lo hace también Pablo: "Ofrezcan sus cuerpos, como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual. Y no se acomoden al mundo presente, antes bien transfórmense mediante la renovación de vuestra mente, de forma que puedan distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto" (Rom 12, 1-2); y Pedro: "Como el que les ha llamado es santo, también ustedes sean santos en toda su conducta, como dice la Escritura: Serán santos, porque santo soy yo" (1Ped 1, 15-16). Por tanto, la verdadera vida cristiana, como exigencia de la fe en Cristo, no se conforma con lo mínimo, menos aún puede fingir o pretender aparentar lo que no es; por el contrario, siempre con la gracia y fuerza del Espíritu Santo, está llamada a plenitud, es decir, a reproducir, en cuanto sea posible, los gestos y los mismos sentimientos de Jesús, el "Testigo fiel y veraz", que movido por amor entregó su propia vida, derramando su sangre para el perdón de nuestros pecados. Jesús es el Testigo, es decir, el Mártir de los mártires, "porque no hay mayor amor que dar la vida por los amigos".
 
A lo largo de la historia, del pasado y también del presente actual, han sido muchos quienes han tenido la gracia de derramar su propia sangre por el nombre de Jesús, por profesar la fe de la Iglesia, o por el amor a los hermanos.
 
El autor de la Carta a Los Hebreos, al animar a los cristianos perseguidos, quienes debieron soportar ultrajes, cárceles, e incluso la confiscación de sus propios bienes (Cf Heb 10, 34), dice: "Fíjense en aquél que soportó tal contradicción de parte de los pecadores, para que no desfallezcan faltos de ánimo. No han resistido todavía hasta llegar a la sangre en vuestra lucha contra el pecado" (Heb 12, 3-4).

En realidad, no deberíamos quejarnos; porque, si bien luchas y combates, interiores y exteriores, no nos han faltado ni nos faltan; sin embargo, no hemos llegado al martirio, el testimonio supremo de la fe, gracia que Dios concede a quienes El quiere y dispone.
 
Sea como fuere nuestro final testimonio de fe, con sangre o sin ella, -eso solamente Dios lo sabe-, de lo que sí estamos seguros es de que, en estos tiempos de crisis generalizada en tantos ámbitos, de tantas inestabilidades e inconsistencias, de tantos abandonos e infidelidades… de tanto "poner la mano en el arado, y echar la vista atrás", hemos de ser "firmes en la fe", permanecer y perseverar para poder comunicar, transmitir, testimoniar y compartir la fe recibida de la Iglesia. Poder decir con el apóstol san Juan: "lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, pues la vida se nos manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y les anunciamos la Vida eterna-… para que nuestro gozo sea completo."(1Jn 1, 1-4).
 
Hagamos, con humildad y serenidad, lo que debemos hacer, cada cual en su tarea específica: trabajar, enseñar, supervisar… Oremos con el convencimiento del salmista: ¡Mi corazón está firme, Dios mío, mi corazón está firme! Sí: los que se alejan de ti se pierden. Para mí lo bueno es estar junto a Dios".
 
Feliz y fructuoso Año Nuevo Pastoral.
 
Mons. José Vicente Conejero Gallego, obispo de Formosa
 
Fuente: AICA

1 comentario:

  1. Anónimo13.3.12

    En un todo de acuerdo con Mons., este es el momento de defender nuestra Fe...!

    Etelvina

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