"Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo:" (Mc 3,6)

2 de marzo de 2012

Mons. Arancedo: "En cuaresma la Iglesia, precisamente, nos convoca para encontrarnos con Jesucristo e iniciar con él un camino de conversión. No dejemos pasar este tiempo"


 Texto del micro radial de monseñor José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz, emitido por LT 9 (26 de febrero de 2012)
 

Uno de los temas centrales de la cuaresma es la conversión. En el evangelio de san Marcos que leemos este domingo Jesús nos dice: “Conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1,15). Con estas palabras iniciábamos el miércoles de Cenizas el tiempo de Cuaresma. En la conversión no se trata de cambios exteriores sino de un cambio interior, un cambio de corazón lo llama la Sagrada Escritura.
 
Lo exterior tiene, siempre, algo de maquillaje, de un cambio que cubre lo viejo pero no nos renueva, no llega a lo profundo de nuestras vidas. No tocamos las causas de lo que debe cambiar, sino los efectos. Esto es común en un mundo que vive excesivamente de la imagen.
 
La conversión cristiana es una gracia que debemos pedir, pero junto a una sincera disposición de cambio. Dios no actúa sin nuestra libertad, nuestro sólo esfuerzo, por otra parte, no es la causa última de la conversión. Ni voluntarismos, ni espiritualismos, encuentro del amor de Dios con la libertad del hombre. ¿Cómo se produce en mí el deseo de cambio o conversión? Siempre me viene a la memoria la parábola del tesoro escondido que un hombre encuentra en un campo: “vende todo lo que tiene, dice el texto, y compra el campo” (Mc. 13, 44).
 
No se comienza por la venta del campo. La fuerza del texto no está en lo que vende sino en lo que encuentra, en la experiencia de un descubrimiento. Este es el comienzo de la conversión cristiana. Descubrir, encontrar ese tesoro que es Jesucristo y luego, desde él, nuestra vida comienza a examinarse y a valorar lo que es verdadero e importante, y dejar aquello que nos impide crecer para alcanzar ese: “estado de hombre perfecto y la madurez que corresponde a la plenitud de Cristo” (Ef. 4, 13). No hay conversión cristiana sin Cristo.
 
Lo propio de este camino de conversión es que no se presenta como un ideal alejado, con algo de utopía, sino que es algo real y actual. Cristo no es el recuerdo y el ejemplo de un hombre del pasado, ni tampoco algo que pertenece a un futuro por alcanzar, sino Alguien que está presente en nuestra historia y con quién hoy nos podemos encontrar. Jesucristo, por ello, no nos deja sólo una doctrina o el testimonio de un gran hombre o una promesa, sino su Vida. Para ello instituye la Iglesia, para dejarnos en Ella su presencia y su vida a través de su Palabra y los Sacramentos.
 
Esta es su misión. En cuaresma la Iglesia, precisamente, nos convoca para encontrarnos con Jesucristo e iniciar con él un camino de conversión. No dejemos pasar este tiempo. Jesucristo ha venido para cada uno de nosotros y ser hoy nuestro Camino, nuestra Verdad y nuestra Vida. Esto es posible, no es una utopía.
 
Reciban de su Obispo junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor que los ama y espera.
 
Mons. José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
 
Fuente: AICA

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