Homilía de monseñor Antonio Marino, obispo de Mar del Plata, del miércoles de ceniza (Catedral de Mar del Plata, 22 de febrero de 2012)
I. “ESTE ES EL TIEMPO FAVORABLE”
Con esta Santa Misa, durante la cual se bendicen e imponen las cenizas de los ramos de olivo del año precedente, damos comienzo al tiempo de Cuaresma, que ha de conducirnos a la celebración del misterio pascual.
Con la pedagogía conmovedora de la imposición de la ceniza, escuchamos dos palabras programáticas: “Conviértete y cree en el Evangelio”, o bien “Recuerda que eres polvo, y al polvo volverás”. En el primer caso, se nos exhorta al cambio de vida y de actitudes, en consonancia con el Evangelio. En el segundo, tomamos conciencia de nuestra finitud y precariedad en el tiempo de nuestra vida, tiempo en el cual jugamos nuestro destino eterno.
Se trata de unos cuarenta días de preparación activa a la fiesta mayor de la fe cristiana: la Pascua del Señor. Desde los primeros siglos de su historia, la Iglesia sintió la necesidad de instruir a sus hijos mediante la pedagogía evangélica de ciertas prácticas penitenciales, resumidas en tres palabras que hemos escuchado de labios de Jesús en el Evangelio que acabamos de proclamar: oración, ayuno y limosna.
A través de estas consignas, Cristo nos invita a revisar nuestra relación con Dios, mediante la oración; nuestra relación con nosotros mismos, mediante el ayuno; y nuestra relación con el prójimo, mediante la limosna.
Se trata de un tiempo favorable, como dice el Apóstol san Pablo, quien actualizaba para la comunidad de los corintios una antigua profecía de Isaías, y los invitaba a dejarse reconciliar con Dios, y al mismo tiempo los exhortaba a aprovechar el anuncio salvador de su predicación, a no recibir en vano la gracia de Dios ( Cf. 2Cor 5,20-6,2).
Sabemos que la Palabra de Dios está llena de su Espíritu, y se vuelve más viva e interpelante que nunca al ser proclamada en la liturgia. Es una de las formas de presencia real y espiritual del mismo Jesucristo. Escuchemos, pues, con espíritu de fe.
“Éste es el tiempo favorable, éste es el día de la salvación”. Así debemos entender la Cuaresma, como un tiempo favorable, como una oportunidad de gracia y de renovación profunda de nuestras vidas.
Durante unos cuarenta días, nos proponemos un programa exigente de disciplina espiritual, de esfuerzo consciente y voluntario por abrirnos a la Palabra divina, dejándonos cuestionar por ella. ¡Cuánto necesitamos de la luz de esta Palabra, en tiempos de oscuridad personal y social! Y desde esta luz, debemos disponernos a recordar nuestro compromiso bautismal de seguimiento de Cristo, mediante una vida santa, en las circunstancias siempre difíciles y cambiantes de nuestro peregrinar por el mundo.
La conciencia de las promesas del Bautismo, que renovaremos en la noche pascual, nos debe llevar naturalmente a sentir la urgencia de purificar nuestro interior acudiendo con el corazón bien dispuesto al sacramento de la reconciliación, confesando nuestros pecados.
II. ORACIÓN, AYUNO Y LIMOSNA
Recomponer nuestra relación con Dios, rota por el pecado de los orígenes y más vulnerada aún por nuestras faltas personales, es el punto fundamental de nuestro entrenamiento cuaresmal. Debemos convertirnos a Dios desde lo más íntimo del corazón, pues el origen de toda desdicha del hombre está en nuestra ruptura con Él por la desobediencia y la soberbia. Y esta restauración de la amistad con Dios, en quien está el secreto de nuestra felicidad, en esta vida y en la eterna, comienza con la oración.
¿Oramos los cristianos como nos lo pide el Señor, “día y noche”, “sin desfallecer”, “sin desalentarnos”, como el amigo fastidioso e insistente, como la viuda ante el juez inicuo, como el ciego de Jericó y el leproso del camino? ¿Aprendemos a hacer silencio en su presencia? ¿Sabemos perseverar en la oración cotidiana, aun cuando el Señor permite que pasemos por prolongadas pruebas, por oscuridades y falta de consuelo?
Puede resultar estimulante en esta ocasión la lectura de un pasaje tomado de uno de los sabios verdaderos de nuestra tradición católica, san Buenaventura: “Si quieres, pues, sufrir con paciencia las adversidades, sé hombre de oración. Si quieres hacerte superior a todas las tentaciones y tribulaciones, sé hombre de oración (…).Si quieres conocer las astucias de Satanás y evitar sus engaños, sé hombre de oración. Si quieres vivir alegre en el servicio de Dios y caminar por la senda del trabajo y de la aflicción, sé hombre de oración. Si quieres ejercitarte en la vida espiritual y despreciar los apetitos de la carne, sé hombre de oración. Si quieres hacer huir las moscas de los vanos pensamientos, sé hombre de oración. Si quieres enriquecer tu alma con buenos pensamientos, santos deseos, fervor y devoción, sé hombre de oración. Si quieres establecer tu corazón en una posición fuerte y en una resolución constante de hacer siempre la voluntad de Dios, sé hombre de oración. En fin, si quieres extirpar de ti todos los vicios y vestirte de todas las virtudes, sé hombre de oración. Porque en ella se recibe la unción del Espíritu Santo, unción que instruye al alma en todo lo que debe saber” (Meditaciones de la vida de Cristo, cap. 36).
Con la mención del ayuno, aludimos no sólo a la práctica de este miércoles de ceniza y al ayuno del viernes santo, los dos únicos días de ayuno que han quedado como obligatorios en la disciplina penitencial de la Iglesia, sino que, conforme nos lo enseña la tradición espiritual, nos referimos también a las privaciones voluntarias en nuestros gustos a lo largo de estos días cuaresmales.
Y esto no lo limitamos a los alimentos sino también lo extendemos respecto de satisfacciones legítimas, a las cuales, sin embargo, renunciamos libremente, fuera de toda ley particular, como ejercicio que entrena nuestra voluntad para volverla verdaderamente dueña de sus actos, libre de la tiranía que tantas veces ejercen nuestras pasiones desordenadas, en ese mundo interior hecho de impulsos y sentimientos, emociones y atractivos, repugnancias y rencores, intenciones no confesadas que tuercen el significado auténtico de nuestros actos. ¡Cuánto miedo y cuánto prejuicio suele sentir el hombre común, aun entre los cristianos, ante este tipo de prácticas, que resultan, sin embargo, tan beneficiosas para nuestro bienestar general y nuestra paz interior! ¡Qué saludable, por el contrario, resultaría la experiencia de este esfuerzo ascético, de estas “prácticas cuaresmales” que, como dice la liturgia, nos conducen a “celebrar con el corazón purificado el misterio pascual de su Hijo”!
En cuanto a la limosna, tocamos lo relativo a nuestra relación con nuestro prójimo, sobre todo el más necesitado. El Santo Padre Benedicto XVI, ha centrado el Mensaje de Cuaresma de este año 2012 en la meditación de un breve texto bíblico que encontramos en la Carta a los Hebreos: “Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras” (Heb 10,24).
El Santo Padre traza un itinerario cuaresmal que gira en torno a la caridad. De esta meditación de Benedicto XVI extraemos varios pasajes. Respecto del prójimo tenemos una responsabilidad y no podemos sentirnos extraños ni indiferentes. “La responsabilidad para con el prójimo –nos dice el Santo Padre– significa, por tanto, querer y hacer el bien del otro, deseando que también él se abra a la lógica del bien; interesarse por el hermano significa abrir los ojos a sus necesidades. La Sagrada Escritura nos pone en guardia ante el peligro de tener el corazón endurecido por una especie de ‘anestesia espiritual’ que nos deja ciegos ante los sufrimientos de los demás”.
El Papa nos recuerda el deber bíblico de la corrección fraterna: “Frente al mal no hay que callar. Pienso aquí –continúa– en la actitud de aquellos cristianos que, por respeto humano o por simple comodidad, se adecuan a la mentalidad común, en lugar de poner en guardia a sus hermanos acerca de los modos de pensar y de actuar que contradicen la verdad y no siguen el camino del bien”.
Benedicto XVI nos habla también del don de la reciprocidad: “Una sociedad como la actual puede llegar a ser sorda, tanto ante los sufrimientos físicos, como ante las exigencias espirituales y morales de la vida. En la comunidad cristiana no debe ser así (…). Todo cristiano puede expresar en la preocupación concreta por los más pobres su participación del único cuerpo que es la Iglesia. La atención a los demás en la reciprocidad es también reconocer y agradecer el bien que el Señor realiza en ellos”.
Al mencionar el Apóstol “el estímulo de la caridad y de las buenas obras”, nos lleva a considerar la llamada universal a la santidad. Y concluye el Papa: “Ante un mundo que exige de los cristianos un testimonio renovado de amor y fidelidad al Señor, todos han de sentir la urgencia de ponerse a competir en la caridad, en el servicio y en las buenas obras . Esta llamada es especialmente intensa en el tiempo santo de preparación a la Pascua”.
III. LA CUARESMA DE JESÚS, LA DE ISRAEL Y LA NUESTRA
La Cuaresma evoca los cuarenta días de Jesús en el desierto, al inicio de su vida pública, donde se preparó para luchar contra el Demonio con su oración y su ayuno, venciendo toda tentación de ser llevado por caminos ajenos a la voluntad del Padre. Al mismo tiempo evoca los cuarenta años de Israel en el desierto, entre la salida de la esclavitud de Egipto y el ingreso en la tierra prometida. Sabemos que el pueblo experimentó fuertes tentaciones de volver a Egipto y quiso echarse atrás. El precio de la libertad les pareció muy grande y murmuraron contra Moisés y contra Dios.
“Todo esto les sucedió simbólicamente –afirma san Pablo– y está escrito para que nos sirviera de lección a los que vivimos en el tiempo final (…). Hasta ahora, ustedes no tuvieron tentaciones que superen sus fuerzas humanas. Dios es fiel y él no permitirá que sean tentados más allá de sus fuerzas. Al contrario, en el momento de la tentación, les dará el medio de librarse de ella, y los ayudará a soportarla” (1Cor 10, 11.13).
A través de la práctica generosa de este programa cuaresmal, quedaremos fortalecidos espiritualmente en nuestra lucha contra el mal y el pecado, mejor dispuestos para recibir en abundancia los frutos del misterio pascual de Jesús.
Mons. Antonio Marino, obispo de Mar del Plata
Fuente: AICA
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