La oración de Jesús en el momento de su muerte, según la narración de san Marcos y san Mateo, fue el tema que Benedicto XVI abordó en la catequesis de la audiencia general de los miércoles, que se desarrolló en el Aula Pablo VI.
“En la estructura del relato -dijo- la oración, el grito de Jesús, se alza al final de las tres horas de tinieblas que, desde mediodía hasta las tres de la tarde, envolvieron la tierra, al final de un lapso de tiempo, también de tres horas, iniciado con la crucifixión (…) En la tradición bíblica, la oscuridad tiene un significado ambivalente: es señal de la presencia y de la acción del mal, pero también de una misteriosa presencia y acción de Dios que es capaz de vencer toda tiniebla (…) En la escena de la crucifixión de Jesús, las tinieblas que cubren la tierra son tinieblas de muerte en las que el Hijo de Dios se sumerge para traer la vida con su acto de amor”.
“Frente a los insultos de las diversas categorías de personas, ante la oscuridad que cubre todo en el momento en que se enfrenta a la muerte, Jesús, con el grito de su oración, muestra que junto al peso del sufrimiento y de la muerte, cuando parece que Dios está ausente y lo ha abandonado, Él, tiene la certeza de la cercanía del Padre, que aprueba este acto de amor supremo, de entrega total de sí mismo, no obstante no se escuche, como en otros momentos, su voz desde lo alto”.
Pero, se preguntó, el pontífice: “¿Que significado tiene la oración de Jesús, ese grito que lanza al Padre: 'Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?' (...) Las palabras que Jesús dirige al Padre -explicó- son el comienzo del Salmo 22, en que el salmista manifiesta a Dios la tensión entre el sentirse abandonado y la certeza de la presencia de Dios en medio de su pueblo (…) El salmista habla de “grito” para expresar el sufrimiento de su plegaria frente a Dios, aparentemente ausente: en el momento de angustia la plegaria se transforma en grito”.
“Esto sucede también en nuestra relación con el Señor: ante las situaciones más difíciles y dolorosas, cuando parece que Dios no escucha, no debemos tener miedo de confiarle todo el peso que llevamos en el corazón, ni de gritarle nuestro sufrimiento”.
“Jesús reza en el momento del último rechazo por parte de los hombres, en el momento del abandono; reza convencido de la presencia de Dios Padre, también en esta hora en la que siente el drama humano de la muerte. Pero en nosotros surge una pregunta: ¿Cómo es posible que un Dios tan potente no intervenga para impedir que su Hijo pase esta prueba terrible?”.
“Es importante comprender que la oración de Jesús no es el grito de quien va desesperado al encuentro con la muerte, y tampoco el grito de quien sabe que lo han abandonado. Jesús, en ese momento, hace suyo el Salmo 22, el salmo del pueblo de Israel que sufre y, de este modo, carga sobre sí no solo la pena de su pueblo, sino también la de todos los hombres oprimidos por el mal, y los lleva al corazón de Dios con la certeza de que su grito será escuchado en la resurrección. (…) Es el suyo un sufrimiento en comunión con nosotros y por nosotros, que deriva del amor y lleva ya en sí la redención, la victoria del amor”.
“Las personas presentes bajo la cruz de Jesús no lo entienden y piensan que su grito es una súplica dirigida a Elías (…) También nosotros nos encontramos, de nuevo y siempre, ante el 'hoy' del sufrimiento, del silencio de Dios -lo expresamos tantas veces en nuestras oraciones-; pero también nos encontramos ante el 'hoy' de la resurrección, de la respuesta de Dios que ha cargado sobre sí nuestros sufrimientos para llevarlos con nosotros y darnos la esperanza firme de que serán vencidos”.
“Llevemos a Dios, en la oración, nuestras cruces diarias -concluyó el Papa-, convencidos de que El está presente y nos escucha. El grito de Jesús nos recuerda que, en la oración, debemos superar las barreras de nuestro “yo” y de nuestros problemas y abrirnos a la necesidades y los sufrimientos de los demás. La oración de Jesús, moribundo en la cruz, nos enseña a rezar con amor por tantos hermanos y hermanas que sienten el peso de la vida diaria, que viven momentos difíciles, que sufren, que no tienen palabra alguna de consuelo (…) para que sientan también el amor de Dios que nunca nos abandona”.
Fuente: VIS - Vatican Information Service
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