"Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo:" (Mc 3,6)

27 de diciembre de 2011

Mons. Marino: "si el corazón del hombre no se abre a Dios y a la verdad que él nos revela, los hombres no nos reconoceremos como hermanos y nos costará cada vez más construir una patria fundada en la pasión por la verdad, el amor y la justicia, pilares del bien común"


Mensaje de monseñor Antonio Marino, obispo de Mar del Plata, para la Navidad 2011
 


La Navidad mueve nuestra mirada hacia el pesebre. Allí vemos a un niño. Su nombre es Jesús. Y junto a él está su madre, María. Por la fe sabemos que este niño es el Hijo eterno de Dios Padre, y es Dios como el Padre. Al oírlo gemir y llorar como los otros niños lo reconocemos hombre verdadero. Su madre lo ha engendrado por una intervención sobrenatural de Dios, como decimos en el Credo: “fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo”. Ella es madre y es virgen al mismo tiempo.
 
En este niño, Dios y el hombre se encuentran, porque el Hijo de Dios asumió nuestra misma condición humana para salvarnos y llevar nuestra vida a la plenitud que el pecado nos hizo perder. Uno y el mismo es Dios y es hombre al mismo tiempo, sin que lo humano quede absorbido por lo divino ni lo divino sufra mengua o alteración.
 
Con él comienza la renovación del mundo. Su concepción virginal en el seno de María, nos está indicando que no es un simple hombre el que nace. El nombre de Jesús significa: “Dios salva”. Él así nos está diciendo que nuestra salvación no es resultado de una conquista del hombre, sino ofrecimiento y regalo de Dios.
 
El nacimiento de Jesús ha marcado la historia de los hombres y ha dado nombre a los siglos que se cuentan por referencia a él. Pero la Navidad no es sólo un acontecimiento histórico decisivo para la humanidad, sino una experiencia espiritual que se actualiza en el corazón de cada hombre cuando por la fe reconoce a Jesucristo como Dios y Salvador. Todo aquel que acepta su mensaje y se abre a él en confianza, siente que su vida cambia, que ya no está solo en medio de sus luchas. Es como nacer de nuevo y llenarse de esperanza. Es la Navidad existencial, donde también cantan los ángeles: “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”.
 
El mismo que siendo Dios nace eternamente del Padre, nace también en el tiempo de la Virgen María, según su condición humana, en la noche de Belén. Y quiere nacer espiritualmente en el corazón de los hombres mediante la fe en él.
 
La Navidad nos muestra la lógica desconcertante de Dios. Cristo viene a nosotros sin hacer ruido, en un rincón oscuro y desconocido del mundo antiguo. Nadie se entera excepto unos pobres pastores avisados por un ángel. Sólo los humildes reciben la gracia de reconocerlo. La historia grande, la que según el parecer humano contaba de verdad, pasaba por otros meridianos.
 
Este nacimiento de Jesús acontece en el silencio y en condiciones de pobreza. María y José lo contemplan con sus ojos iluminados por la fe, aunque un pesebre no es un lugar digno para que nazca un niño. Ellos lo recibieron con amor. José, su padre de adopción y esposo de María, habrá dispuesto el lugar de la mejor manera, en la medida de lo posible.
 
Pero esta lógica de Dios nos está transmitiendo una gran riqueza de significado. La venida salvadora de Dios a este mundo pude acontecer en la vida más ordinaria de cada día, sin llamar la atención. Lo más importante y admirable puede revestirse de apariencias insignificantes. En mi pobreza, material o espiritual, puede y quiere nacer Cristo. Mi corazón bien dispuesto es un pesebre que él no rechaza. De lo frágil y pequeño, de lo débil y sin brillo, puede salir lo más grande y extraordinario. El cambio más revolucionario de la historia comenzó en el rincón más despreciado de un vasto imperio. Por decirlo con palabras de san Pablo: “Siendo rico, por nosotros se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (2 Cor 8,9).
 
Es tarea impostergable trabajar para erradicar la pobreza, brindar educación que incluya a todos, defender la integridad física de los ciudadanos… y podríamos seguir añadiendo cosas fundamentales que nos preocupan a los argentinos en orden al bien común de la sociedad. Pero si el corazón del hombre no se abre a Dios y a la verdad que él nos revela, los hombres no nos reconoceremos como hermanos y nos costará cada vez más construir una patria fundada en la pasión por la verdad, el amor y la justicia, pilares del bien común.
 
Mons. Antonio Marino, obispo de Mar del Plata
 
Fuente: AICA

1 comentario:

  1. Anónimo27.12.11

    Que mas agregar a la Homilia de Mons. Marino si
    el lo dice todo. En especial en el ultimo parrafo
    donde se refiere a los problemas sociales verdad
    y justicia, pilares del bien comun...! Que gran
    falta nos hacen.!

    ETELVINA

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