"Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo:" (Mc 3,6)

28 de diciembre de 2011

Mons. Frassia: "¡Que el Niño Dios entre en nuestro pesebre y se quede para siempre!"



 Reflexión de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en el programa radial Compartiendo el Evangelio (25 de diciembre de 2011)
 


¡Feliz noche buena! ¡Feliz Navidad! ¡Se nos ha dado un Niño, el Emanuel, el Mesías, el Hijo de Dios! Vino la luz para que no sigamos más en tinieblas y para que vayamos, como los pastores, a reconocerlo y a adorarlo. Sólo a Dios se adora, y un pueblo que reconoce a Dios y lo adora, ha llegado a la plenitud y a la madurez. ¡Es muy importante adorar, no es una actitud de esclavitud sino de reconocimiento de la grandeza de Dios, de su bondad misericordiosa para con nosotros, su pueblo! ¡Feliz Navidad para todos ustedes!
 
San Lucas 2,1-14 (ciclo B)
“En aquella época apareció un decreto del emperador Augusto, ordenando que se realizara un censo en todo el mundo. Este primer censo tuvo lugar cuando Quirino gobernaba la Siria. Y cada uno iba a inscribirse a su ciudad de origen. José, que pertenecía a la familia de David, salió de Nazaret, ciudad de Galilea, y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de David, para inscribirse con María, su esposa, que estaba embarazada. Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre; y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue. En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche. De pronto, se les apareció el Ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor, pero el Ángel les dijo: "No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre". Y junto con el Ángel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: "¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres amados por él!”
 
¡Que el Niño Dios entre en nuestro pesebre y se quede para siempre!
 
¡Qué hermoso que es todo esto! Cómo era la pobreza, la indigencia, de la Sagrada Familia, de la Virgen, de san José, que no fueron recibidos. Sin embargo este Niño Dios nació en un pesebre, entre animales, donde había comida para animales, un lugar precario. ¡El Hijo de Dios nació allí!

Observemos esta señal: “¡el Hijo de Dios nació en un pobre pesebre!”, y que quede claro que aquí no hay ninguna otra cosa que pueda suplantarlo, ni los brillos humanos, ni los poderes de turno, ni lo económico, ni nada por el estilo. ¡Esa pobreza es capaz de recibir a Jesús, al Salvador, al Redentor!
 
¿Quiénes salen a su encuentro? Los humildes, que no son necesariamente los pobres sociológicamente hablando. A veces es cierto que el pobre puede estar más dispuesto y más disponible, a atender las necesidades de los demás, porque ya las pasó. Sin embargo, aquí estamos ante el reconocimiento de la fe, de la confianza ¡y van a adorarlo!

Allí se dan cuenta que, en Jesús, está el Mesías, el Salvador, el Señor, el Redentor y eso provoca una actitud de admiración ¡y de canto! El cantar es lo más propio que uno puede hacer para Dios, y ese canto -que es de agradecimiento, de alabanza-, también es anunciar la llegada de la paz; una paz para dársela a los demás.
 
¿No nos damos cuenta que las familias están destruidas?
¿No nos damos cuenta que la sociedad está destruida?
¿No nos damos cuenta que hay mucha violencia, muertes, que han roto la imaginación popular, del pueblo, de la sociedad, con tanta malicia, con tanta perversión y con tanta soltura?

¡Necesitamos volver a Dios, para alabarlo y adorarlo!
¡Necesitamos volver a tomar fuerzas para poder amar y vivir en paz!
Que la llegada del Niño Dios, en su pesebre, en su corazón, les renueve el amor; y ese amor lo comparta con los demás, para que pueda alcanzar la paz.
¡Feliz Navidad!
¡Feliz nacimiento del Redentor!
¡Que el Niño Dios entre en nuestro pesebre y se quede para siempre!
 
Les dejo esta bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
 
Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús
 
Fuente: AICA

1 comentario:

  1. Anónimo28.12.11

    Aplausos y todo el reconocimiento para esta homilia de Mons.Frassia. Lo digo con toda humildad, pero ambos opinamos lo mismo. "El Ninio
    de Belen, el Dios con Nosotros, el Emanuel, quiere que le demos lugar en nuestro pesebre de pajas secas, retaceadas de nuestros corazones y El se encargara de hacer la obra en cada uno...!
    Alabado seas Senior.!
    ETLVINA

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