"Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo:" (Mc 3,6)

11 de septiembre de 2011

XXIV Domingo del tiempo ordinario. Ciclo A


Eclesiástico 27,33-28,9
Romanos 14, 7-9
Mateo 18, 21-35
 

«Le fue presentado uno que le debía diez mil talentos». El Señor, en diálogo con el apóstol Pedro, introduce en el mundo una nueva e inimaginable medida de Misericordia – «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete» –  y, a través de la sencillez de la parábola, guía a los que lo escuchan a la más alta realidad del perdón divino, es decir, a la realidad del mismo Reino de los Cielos, que es su Persona.
 
Él indica que hay una deuda que, de alguna manera, define la relación del hombre con su Creador: se trata de una deuda incalculable –diez mil talentos–, que ni siquiera miles de "generaciones"  podrían pagar. En la economía romana del siglo I, de hecho, un talento correspondía al menos a seis mil denarios  y un denario constituía el salario diario de un trabajador. Con esta parábola, entonces, el Maestro informa a Sus discípulos a cerca de dos verdades fundamentales: el hombre tiene una deuda con Dios, pero esta deuda es insolvente.
 
Una imagen semejante, ciertamente, podría ofender la sensibilidad de nuestro tiempo, pero examinándola detenidamente, es posible descubrir la capacidad de mostrar al hombre, como creatura de Dios, en toda la propia dignidad.
 
El hombre, de hecho, es “deudor” hacia su Señor, al menos en un doble sentido. En primer lugar, es deudor de la existencia como creatura: el hombre, de hecho, es “introducido” por Dios en la realidad de la vida, cual don a sí mismo y, por natural consecuencia, es llamado a responder de si mismo a Aquel que lo ha creado y tal deuda se configura como “responsabilidad”.
 
La segunda deuda, aquella con prioridad mencionada, depende del abuso que el hombre cumple de su propia libertad. En vez de usar de la realidad que lo circunda y de sus propias facultades para buscar, conocer y alabar a su Creador, el hombre busca el hacerse independiente de Dios y cae, de tal modo, en un absurdo: quiere vivir sin Dios, mientras, en verdad, le sería imposible hasta el solo existir sin El; evita toda dependencia hacia el Creador, mientras es solo la dependencia de amor de la creación que lo genera continuamente a la vida. Esta segunda deuda del hombre hacia Dios se configura como “pecado”.
 
Mientras el primer lazo, aquel de la dependencia de creatura, no constituye propiamente una deuda, más bien un don – el cual, por su naturaleza, implica una responsabilidad –, el pecado tiene como efecto la distorsión de la dependencia de amor en deuda.
 
Pero es imposible, parar tal deuda, como es imposible pagar la vida de su significado, en vez de reconocerlo y abrazarlo en Aquel que nos ha hecho para El.
 
El único posible éxito de un semejante tentativo es “la perdición”, el perder la propia vida y, tendencialmente, aquello que se cree de poseer: «Como no tenía con que pagar, ordenó el señor que fuese vendido èl, su mujer y sus hijos y todo cuanto tenía, y que se le pagase» (Mt 18,25).
 
En la parábola, a este punto, sucede una cosa totalmente nueva e inesperada: el servidor, condenado justamente se arroja a los pies del patrón y todavía con la ilusión de rescatarse así mismo, pide extender el plazo, este se compadece  ante la petición y le perdona toda la deuda. Los justos intereses del patrón, por su misericordia son sacrificados por el servidor-. El patrón paga con su persona.
 
La relación entre ellos, entonces, es transformada y el perdón de la deuda constituye una fuente de vida nueva para el servidor y para su familia. De este gesto de misericordia el patrón y el servidor resultan aún más estrechamente legados.
 
Pidámosle al Espíritu Santo, la gracia de tomar conciencia viva del Don de Misericordia recibido en el Bautismo, cuando Cristo anuló el documento escrito de nuestra deuda, clavándolo a la cruz (cr. Col. 2,14), y nos ha sumergido en Su misma Vida Divina. Con María Santísima, adoramos al Señor Jesús, Presente y Obrante  y permanezcamos de frente al Memorial de su Muerte y Resurrección: la Santísima Eucaristía. De ella acojamos nuestra dignidad filial, la certeza del amor de Dios y su infinita Misericordia, que sanando todas las yagas del corazón, se derrama como rio luminoso en el camino de nuestra vida.
 
Fuente: Congregatio pro Clericis

3 comentarios:

  1. Anónimo11.9.11

    Las lecturas y el Evangelio del dia de hoy, nos
    conducen al perdon...pedir y otorgar perdon. El
    perdon no solo nos reconcilia con el otro, sino
    que es sanador por excelencia. Si nos equivocamos
    u ofendimos, debemos tener la valentia de pedir
    perdon...igual que si nos han ofendido debemos
    perdonar, quizas nos cueste, pero perdonar es una decision. Es la unica manera de vivir en
    paz.!!!
    ETELVINA

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  2. Anónimo11.9.11

    70 veces 7!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

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  3. Anónimo13.9.11

    Te admiro hno.Anonimo, por lo sintetico...!
    Yo no poseo ese don.

    ETELVINA

    ResponderEliminar

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