"Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo:" (Mc 3,6)

29 de junio de 2011

Mons. Cargnello: "hoy se necesita redescubrir que Jesucristo no es una simple convicción privada o una doctrina abstracta, sino una persona real cuya entrada en la historia es capaz de renovar la vida de todos"



Homilía de monseñor Mario Cargnello, arzobispo de Salta, en la solemnidad del Cuerpo y de la Sangre del Señor (Salta, 26 de junio de 2011)
 

Celebramos la solemnidad del Santísimo Cuerpo y de la Santísima Sangre del Señor. La liturgia de este día proclama en la primera lectura un texto del libro del Deuteronomio que nos remite a la dura y áspera experiencia del desierto del Sinaí, experiencia vivida en su origen mismo por el Pueblo de Dios. Lugar de hambre y de sed, de peligros y de inseguridades. Se trata de un espacio en el que el hombre no puede sobrevivir por sus solas fuerzas. “Acuérdate del largo camino que el Señor, tu Dios, te hizo recorrer por el desierto durante esos cuarenta años. Allí él te afligió y te puso a prueba, para conocer el fondo de tu corazón y ver si eres capaz o no de guardar sus mandamientos” (Deut. 8,2).
 
Se trata de la experiencia de la pobreza existencial que anida en la raíz de la condición humana y que se expresa de muchas formas, sea en la pobreza material sea en la pobreza espiritual, en las esclavitudes de las que somos conscientes y en aquellas que no advertimos o no aceptamos. Enseña el querido Benito XVI que una de las pobrezas más hondas que el hombre puede experimentar es la soledad... También las otras pobrezas, incluidas las materiales, nacen del aislamiento, del no ser amados o de la dificultad de amar. Con frecuencia son provocadas por el rechazo del amor de Dios, por una tragedia original de cerrazón del hombre en sí mismo, o porque piensa que es autosuficiente o porque se ve como un hecho insignificante y pasajero, se ve como un extranjero en un universo que se ha formado por casualidad. El hombre se aliena cuando vive solo o se aleja de la realidad, cuando renuncia a pensar y creer en un fundamento (1).
 
Esta experiencia de soledad que enajena nos golpea fuertemente en nuestro presente. Se expresa en la autosuficiencia del prepotente que se aísla en un castillo impenetrable excluyendo a muchos (a veces a multitudes); se manifiesta en tantos de nuestros jóvenes o mayores que al no encontrar sentido en sus vidas se evaden en el mundo del alcohol, de las drogas o de tantas adicciones que los esclavizan hasta matarlos. Esta experiencia se expresa en las dolorosas rupturas de tantos matrimonios y familias que no encuentran capacidad de interrelación y cargan un sufrimiento que grava sobre el matrimonio y sobre los hijos. Esta experiencia aparece en el rostro de tantos niños tristes y solos que son tironeados por la vida ya desde su infancia. Esta experiencia tiene tantas manifestaciones...
 
“La criatura humana–enseña Benito XVI- se realiza en las relaciones interpersonales. Cuanto más las vive de manera auténtica, tanto más madura también en la propia identidad personal. El hombre se valoriza no aislándose sino poniéndose en relación con los otros y con Dios. Por tanto, la importancia de dichas relaciones es fundamental. Esto vale también para los pueblos". (2). Necesitamos devolver transparencia, identidad y dignidad a nuestras relaciones, a las relaciones familiares –es necesario que los padres sean padres, las madres sean madres y los hijos sean hijos- y a las relaciones sociales para poder sanar el mundo de la economía, de la política, de la cultura, del deporte. Necesitamos ver al otro como persona y no como cliente, o como artículo utilitario u objeto de placer. Necesitamos renovar nuestro corazón para poder mirar y hablar con honestidad, sin segundas intenciones.
 
Como el Pueblo de Dios en el desierto tenemos que recordar que es Dios el fundamento de nuestra existencia y el sostén de nuestras relaciones. Él nos conduce por los desiertos de la vida, Él nos hace salir de Egipto hacia la verdadera libertad. Él hace brotar el agua de la vida y alimenta con el maná. Él nos muestra que “la unidad de la familia humana no anula de por sí a las personas, los pueblos o las culturas, sino que los hace transparentes los unos con los otros, más unidos en su legítima diversidad” (3).
 
Para recrear en la condición humana y sus relaciones en lo más profundo de su ser Dios nos dio a su Hijo, su Palabra que se hizo carne y nos dio a comer su carne. “Esto es mi Cuerpo que se entrega por ustedes”, dice el Señor resucitado (4). Y Pablo nos recuerda en la primera carta a los corintios: “La copa de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo?. Y el pan que partimos ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo?” (5). En la Eucaristía se recrea lo más hondo de nuestras relaciones, porque ella es “el pan vivo bajado del cielo” (Jn 6,51), es “la carne para la vida del mundo” (id). En la Eucaristía, pan de los ángeles, Dios nos asocia a su propia realidad de comunión: “para que sean uno como nosotros somos uno” (Jn 17,22).
 
En la Eucaristía la Trinidad santísima va transformando nuestras relaciones. Allí se descubre que la apertura al otro no es dispersión alienante sino compenetración profunda. Esto se manifiesta en las experiencias humanas del amor y de la verdad. Esto transforma las relaciones del esposo y la esposa en el matrimonio-aquí descubrimos una de las razones de la necesidad de la Misa dominical en familia-; devuelve verdad a la amistad; transparencia a la economía; sentido del bien común a la política; santidad y dignidad a toda persona humana. Desde la Eucaristía Dios nos va dignificando como personas, animándonos en la prueba, fortaleciéndonos en la existencia. Sin ella, los cristianos no podemos, no somos. Desde ella, la vida es comienzo de vida plena, aurora de resurrección. Esto es así porque “el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y Yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6, 58).
 
La Eucaristía transforma nuestras vidas y las modela según el estilo de Jesús. ”La espiritualidad eucarística no es solamente participación en la Misa y devoción al Santísimo Sacramento, abarca la vida entera...Hoy se necesita redescubrir que Jesucristo no es una simple convicción privada o una doctrina abstracta, sino una persona real cuya entrada en la historia es capaz de renovar la vida de todos. Por eso la Eucaristía, como fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia, se tiene que traducir en espiritualidad, en vida según el Espíritu" (6).
 
Esta vida eucarística se expresa en un estilo eclesial y comunitario. Nuestra arquidiócesis, nuestras parroquias, las comunidades eclesiales, las instituciones, los movimientos, las comunidades religiosas, todos tenemos el deber de ofrecer una contribución específica para que los cristianos reconozcamos que pertenecemos al Señor. “El cristianismo, desde sus comienzos, supone siempre una compañía, una red de relaciones vivificadas continuamente por la escucha de la Palabra, la Celebración eucarística y animadas por el Espíritu Santo". (7)
 
Pero la fuerza del sacramento y su capacidad de transformar las relaciones trasciende el ámbito de la Iglesia. Nos capacita para nuevos tipos de relaciones sociales. No puedo tener a Cristo sólo para mí; únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo serán. La Eucaristía transforma en vida el esfuerzo de los cristianos por la justicia, la reconciliación y el perdón. El sacrificio de Cristo es misterio de liberación que nos interpela y provoca continuamente. Celebrar la Eucaristía nos compromete a “denunciar las circunstancias que van contra la dignidad del hombre, por el cual Cristo ha derramado su sangre, afirmando así el valor tan alto de cada persona”. (8)
 
El Señor Jesús, Pan de vida eterna, nos apremia a estar atentos a las situaciones de pobreza en que se halla todavía gran parte de la humanidad. Atentos a estas situaciones debemos hacernos cargo, desde el estilo eucarístico, del grave problema que significa sanar y alimentar “la capacidad moral global de la sociedad. Si no se respeta el derecho a la vida y a la muerte natural, si se hace artificial la concepción, la gestación y el nacimiento del hombre, si se sacrifican embriones humanos a la investigación, la conciencia común acaba perdiendo el concepto de ecología humana. Es una contradicción pedir a las nuevas generaciones el respeto al ambiente natural, cuando la educación y las leyes no las ayudan a respetarse a sí mismas. El libro de la naturaleza es uno e indivisible en todos sus ámbitos y afecta al desarrollo humano integral" (9).
 
Celebrando el Corpus Christi, de cara a nuestra comunidad, a nuestro país, a este mundo que es nuestra casa, hemos de asumir la tarea de recrear los vínculos en nuestra familia, en nuestra parroquia, en nuestro barrio, en la nación. La gran tarea es ayudarnos a formar nuestra conciencia como lugar de escucha de la verdad y del bien, lugar de la responsabilidad ante Dios y ante los hermanos. La conciencia bien formada, atenta al bien y a la verdad y no deformada porque se mide por la conveniencia utilitaria, la conciencia bien formada es la fuerza más sólida contra cualquier dictadura. Como cristianos debemos darle a la Argentina del bicentenario esa contribución: que nuestras familias, nuestras parroquias, nuestras escuelas sean espacios donde se aprende el sentido de la comunidad fundada en el don, no en el interés económico o en la ideología, sino en el amor, que es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad (10).
 
Que el Pan de los ángeles nos haga discípulos misioneros fuertes en esta magnífica y desafiante tarea.
 
Mario Antonio Cargnello, arzobispo de Salta
 
Fuente: AICA
 
(1) Cfr. BENITO XVI, Caritas in veritate, 53
(2) Id. 53.
(3) Ibidem.
(4) Fórmula de la consagración eucarística.
(5) 1 Cor 10, 16 –segunda lectura-.
(6) BENITO XVI, Sacramentum Caritatis, 77
(7) Ibidem, 76.
(8) Ibidem, 79.
(9) Cfr. Cáritas in veritate, 51.
(10) Cfr. BENITO XVI, Discurso a los representantes de la sociedad civil de Croacia, L’Osservatore Romano –edición española-, 12 de junio 2011, p 4.

1 comentario:

  1. Anónimo29.6.11

    Al leer esta homilia, se agolparon muchas cosas en mi mente. Mas de una vez he escuchado decir:
    "Creo en Dios, pero no voy a la Iglesia, porque
    no quiero saber nada con los curas". Si practica-
    mos nuestra Fe, vamos a la Iglesia por Cristo que
    esta Vivo y Real en la Sagrada Eucaristia y que, solo asi, alimentados con el Pan de Vida, va renovando nuestro ser dia a dia y no por los "cu-
    ras", los cuales pueden cambiar, mas Cristo per-
    manece siempre Fiel.!!!

    ETELVINA

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