A las 20,00 de ayer, en los jardines vaticanos, tuvo lugar la tradicional
procesión con el rezo del Santo Rosario al concluir el mes mariano, desde la
iglesia de San Esteban de los Abisinios, que se encuentra detrás de la Basílica
Vaticana, hasta la Gruta de Lourdes. El Santo Padre llegó a la Gruta de
Lourdes a las 21,00 y antes de impartir la bendición apostólica dirigió unas
palabras.
“Haber comenzado este mes de María con la memorable beatificación de Juan Pablo II ha sido y sigue siendo para todos -dijo el Papa- un motivo de gran alegría y gratitud. ¡Qué gran don de gracia para toda la Iglesia, la vida de este gran Papa! Su testimonio sigue iluminando nuestras vidas y nos impulsa a ser verdaderos discípulos del Señor, a seguirlo con el coraje de la fe, a amarlo con el mismo entusiasmo con que él dio su vida a Cristo”.
Refiriéndose a continuación a la fiesta del día, Benedicto XVI señaló que “la Visitación de María nos lleva a reflexionar sobre este coraje de la fe. Aquella que Isabel acoge en su casa es la Virgen que “ha creído” al anuncio del Ángel y ha respondido con fe, aceptando con valentía el proyecto de Dios para su vida y acogiendo en sí la Palabra eterna del Altísimo”.
“María ha creído realmente que “nada hay imposible para Dios”, y con esta confianza se ha dejado guiar por el Espíritu Santo en la obediencia diaria a sus designios. ¿Cómo no desear, para nuestra vida, el mismo abandono? ¿Cómo podríamos no anhelar aquella felicidad que nace de una profunda e íntima familiaridad con Jesús? Por eso, dirigiéndonos hoy a la “llena de gracia”, le pedimos que obtenga, también para nosotros, de la Divina Providencia, poder pronunciar cada día nuestro “sí” a los designios de Dios, con la misma fe humilde y sincera con la que la Virgen pronunció el suyo. Ella que, acogiendo la Palabra de Dios en sí misma, se ha abandonado sin reservas, nos guíe a una respuesta cada vez más generosa e incondicional a sus proyectos, también cuando estamos llamados a abrazar la cruz”.
El Santo Padre concluyó encomendando “a la intercesión materna de María la Iglesia y el mundo” y “el don de saber acoger siempre en la propia vida la señoría de Aquel que con su resurrección ha vencido a la muerte”.
Fuente: VIS - Vatican Information Service
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