Hechos 8, 5-8.14-17
Salmo 66 (65 en el Leccionario), 1-3ª.4-7ª.16.20
I Pedro 3, 15-18
Juan 14, 15-21
Las lecturas de
este sexto domingo de Pascua nos permiten proponer algunas consideraciones
sobre la “vida cristiana” en la que también nosotros, como discípulos del
Resucitado, estamos llamados a “permanecer” (cfr. Jn 14,16).
El texto de los
Hechos de los Apóstoles nos sugiere sobre todo de “poner atención a las palabras”
que la Iglesia
nos anuncia, siendo este el primer paso necesario para entrar y formar parte
del cuerpo místico de Cristo: es una
acción que implica, como luego se especifica, no sólo la “escucha”, sino sobre
todo la vista de los “signos” que hacen evidente el contenido del mensaje
cristiano (cfr. Hch 8,6). Se trata por lo tanto de una “puerta”, que pasada una
vez para siempre mediante el Bautismo, tiene la necesidad de ser atravesada
cada día, en el “descubrimiento” de que cosa signifique verdaderamente ser discípulo.
Es por esto, que
Pedro y Juan, como hemos escuchado, deciden
dirigirse a Samaría para imponer las manos a los discípulos de Felipe,
con el fin de que recibieran el Espíritu Santo (cfr. Hch 8,17), y por lo tanto
la fuerza que por si sola puede hacer capaz al hombre de “dar el grande
anuncio” y de “hacerlo llegar a los confines del mundo”, como nos invita Isaías
en la antífona de ingreso (cfr. Is 48,20).
Las palabras del profeta
nos introducen, también, a otro elemento esencial para que la existencia de un
hombre pueda ser reconocida como “vida cristiana”.
El Apóstol Pedro
lo indica cuando afirma que debemos estar «siempre
dispuestos a responder delante de cualquiera que pida razón de la esperanza»
que está en nosotros (I P 3,15) «con
suavidad y respeto» (I P 3,16).
El uso de
términos como “necesidad” y “deber”,
usados hasta este momento, necesita a este punto una explicación: el
cristianismo no es una aplicación de una moral del deber; el Cristianismo es
más bien la comunión de aquellos que
están enamorados de Cristo: y permanecen
en su amor, “observando sus mandamientos” (cfr. Jn 14,21) que el creyente se da
cuenta de cumplir actos que de otro modo sería inexplicable, humanamente
hablando.
El cristiano, lo
entendemos muy bien con la lectura del Evangelio, no es un hombre que debe
esforzarse por poner en práctica preceptos o comportamientos devotos: si uno
ama, entonces, es orientado naturalmente a vivir como Jesús nos ha indicado.
Descubrir el propio Bautismo, a través de la guía del Espíritu de verdad,
significa por lo tanto, tratar de conocer cada día un poco más la vida de Jesús
– a través de la lectura, la oración, los sacramentos, la vida de comunidad –, para
que sea más fácil enamorarse de Él.
De todo el
recorrido propuesto hasta ahora, por lo tanto, emerge, que ninguna objeción a
tal “vida” es real, ni siquiera el hecho de que Jesús no se pueda ver en carne
y hueso.
Y es todavía el
Evangelio de Juan que nos lo hace entender: «Dentro
de poco el mundo ya no me verá, pero ustedes sí me verán» (Jn 14,19). La
alternativa entre “ustedes” y el “mundo” no corresponde a una división de tipo
moral o étnica: se trata más bien, de una alternativa que alberga en el corazón
de cada uno de nosotros.
Si seguimos,
entonces, la mentalidad del mundo, no lograremos nunca ver al Resucitado; pero
si iniciamos a confiar en la
Iglesia , nuestra madre, y a escuchar lo que ella nos enseña y nos sugiere, entonces descubriremos
que en verdad el Señor se ve y es una Presencia tan esencial y real que suscita
en nosotros una fascinación irresistible, el único y verdadero motor de la
“vida cristiana”.
Fuente: Congregatio
pro Clericis
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