Hechos 2, 14ª. 36-41
Salmo 23 (22), 1-6
I Pedro 2, 20b-25
Juan 10, 1-10
Después de los
grandes Evangelios de la
Resurrección , con una visión
superficial, podría parecer
extraño el hecho que la
Iglesia hoy nos proponga un pasaje del Evangelio de san Juan
que describe a Jesús mientras le habla a sus Discípulos, antes de los eventos
pascuales.
En realidad, la
perspectiva a través de la cual se desenvuelven los textos ahora escuchados,
es totalmente empapado de la profundidad del Resucitado que es presentado no
solo como el “Buen Pastor” (cfr. Canto al Evangelio), sino, sobre todo como la
“puerta”: «yo soy la puerta de las ovejas» a través de
la cual cada uno de nosotros «será
salvado» (Jn 10, 7-9).
En este sentido,
se puede idealmente reconocer, en la perícopa Evangélica, un tipo de respuesta
a la pregunta que «toda la casa de Israel» hace a los Apóstoles, después de que
ellos habían predicado del Señor crucificado: «Hermanos, ¿qué
debemos hacer?». (Hch 2, 37). A retrospectiva, esta es
precisamente una de aquellas preguntas que cada hombre, tarde o temprano, se
hace en el transcurso de la propia vida; detrás del grito del hombre que
reconoce la propia miseria, se esconde, de hecho, el deseo de alcanzar la
felicidad. La pregunta referida por los habitantes de Jerusalén, por lo tanto,
resuena todavía en el mundo contemporáneo de este modo: ¿cómo puedo ser feliz?
Y la respuesta
del Señor, a través de la alternativa entre “guardián” o “ladrón”, no deja
espacio a alguna confución; para poder ser felices, para poder “encontrar
pasto”, para no tener temor de la voz desconocida, la única posibilidad
consiste “en entrar a través de Él” (cfr. Jn 10, 9). Lo que el discípulo debe
hacer, por lo tanto, es simplemente atravesar su Cuerpo, que es la Iglesia , para que como nos
dice san Pedro en su primera carta, «muertos al pecado, vivamos para la
justicia» (I P 2, 24).
Esta puerta, por
otra parte, no es como alternativa a nuestra libertad, si más bien la aumenta;
primero porque Él nos dice que «el que entra por
mí se salvará», pero además, porque por esta puerta cada uno
de nosotros «podrá entrar y salir» (Jn 10,9); Y
saliendo, encontrará su mirada amorosa lista para estar siempre “de frente” a
nosotros (cfr. Jn 10,4).
A este punto, se
hace más clara la estrecha relación entre el Evangelio del día y el periodo
pascual en el cual estamos viviendo; El Resucitado, de hecho, es el modelo del
único y verdadero buen pastor, Aquel que conoce a todos por nombre, o sea, en
la más profunda intimidad y el único del cual podemos escuchar su voz, el
sonido tan familiar que nos hace vibrar el corazón. Él, habiendo clavado
nuestro pecado en el madero de la
Cruz (cfr. I P. 2, 24), tiene un solo deseo: “conducirnos a
las aguas tranquilas”, “dar conforto al alma”, “llevarnos a vivir con Él” (cfr.
Sal 23, 2-6); pero sobre todo, hacer, que a través de la fascinación de la
“santa envidia” que sienten aquellos que se encuentran “fuera del rebaño”, se
agreguen también hoy, siempre más personas al número de aquellos que, a pesar
de no vivir todavía en el grande
jardín del Paraíso, pero han entrado ya en su Cuerpo, o sea, en los pastos de
su Iglesia.
Fuente:
Congregatio pro Clericis
Mauricio la ilustracion no pudo ser mejor, la misma me inspira muchas cosas. El, es puerta,
ResponderEliminarcamino y meta...pero solo dejo aqui una estrofa
de una poesia mia, que dice...................
Gracias mi Buen Pastor
de no haber sido asi
de no amarme Tu tanto
que hubiera sido de mi.!
ETELVINA