Mensaje de monseñor Martín de Elizalde OSB, obispo de Nueve de Julio, para la preparación de la Pascua (marzo de 2011)
Queridos hermanos:
Nos encontramos ya recorriendo, con el tiempo de Cuaresma, la preparación para la Pascua del Señor, para su gloriosa Resurrección que nos trae la vida, nos alegra con la promesa de la felicidad verdadera e instaura el reinado de Cristo, anticipo de la bienaventuranza. Pero esa realidad esperada y gozosa solamente podemos alcanzarla participando de la Pasión y los sufrimientos de Cristo, porque si “hemos muerto con él, también viviremos con él. Si sufrimos pacientemente con él, también reinaremos con él” (Tim 2, 11-12). Espiritualmente, la Cuaresma nos enseña y nos ejercita en “las mismas disposiciones que estuvieron en Cristo Jesús” (Fil 2, 5), pero es toda la existencia del cristiano la que tiene las características de la Cuaresma. Las persecuciones fueron también anunciadas por el mismo Señor (cf. Mc 10, 30), y es verdad que el discípulo no es mayor que el Maestro (cf Mt 10, 24). La enemistad del mundo contra los discípulos de Jesús, el rechazo de su doctrina, ridiculizándola o persiguiéndola, hasta los más terribles extremos de crueldad, se han dado en todos los tiempos, y los nuestros no son una excepción. Es bueno que recordemos en la oración a nuestros hermanos que sufren por la fe, por nuestra fe, que los acompañemos con la plegaria y que aprendamos de su testimonio, sobre todo en el contexto litúrgico de la Pascua, misterio de dolor y de muerte que se transforma en vida y en felicidad perdurables.
El Santo Padre Benito XVI ha levantado repetidamente su voz a favor de los cristianos que son duramente tratados en muchas latitudes del mundo: en China, por el intervencionismo estatal que no consiente a la Iglesia ejercer su misión, en muchos países musulmanes, de África y Asia, y especialmente en el Medio Oriente. En su Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, que se celebra el 1 de enero cada año, propuso como lema “Libertad religiosa, camino para la paz”. El pedido de libertad para el ejercicio de la religión no se levanta solamente a favor de los cristianos, pero es evidente que estos “son actualmente el grupo religioso que sufre el mayor número de persecuciones causa de su fe”. El pasado 31 de octubre, en Bagdad, un vil ataque contra la catedral siro-católica, provocó la muerte de dos sacerdotes y de más de cincuenta fieles; en Alejandría de Egipto, un atentado provocó también numerosas víctimas entre cristianos coptos, en el último día del año. Podríamos citar muchos otros casos, pues cada semana llegan noticias de tales atropellos. En Sudán la población cristiana es gravemente discriminada, y ha sufrido un auténtico genocidio, y en Nigeria los enfrentamientos entre cristianos y musulmanes son causa de muchas muertes y de innumerables sufrimientos. Además nos encontramos con otras formas de atacar, promoviendo la apostasía de la fe e induciendo a ello, haciendo difícil la existencia de las minorías en medio de una mayoría que las oprime y les impide el ejercicio de su fe, como en Arabia Saudita. En Pakistán una ley antiblasfemia es utilizada de manera arbitraria en contra de los cristianos, a quienes se acusa de falta de respeto al profeta y al Corán. En este país, un ministro católico, que tenía a su cargo la protección de las minorías religiosas, fue asesinado. Él mismo había aceptado la condición tan peligrosa en que su cargo lo situaba. Una de las consecuencias de todo esto es el continuado éxodo de los cristianos, que deben abandonar sus tierras ancestrales, habitadas por ellos desde mucho antes de la llegada del Islam, en busca de condiciones dignas de vida para ellos y sus hijos. El Papa Benito XVI en su alocución a la Curia romana, el pasado 20 de diciembre, recuerda que “todos son conscientes del hecho de que la violencia no produce ningún progreso...”, y cita las palabras de un dignatario islámico, que fue invitado a dirigirse a los Padres sinodales del Oriente medio, reunidos el año pasado en Roma: “Hiriendo a los cristianos, se nos hiere a nosotros mismos”. El Pontífice dirige un angustioso llamado en este mismo discurso, un fuerte grito, para que las personas con responsabilidad política o religiosa “detengan la cristianofobia... se alcen en defensa de los prófugos y los que sufren, y revitalicen el espíritu de la reconciliación”. El 2 de enero, en su saludo antes del Angelus dominical, también habló de “esta estrategia de violencia que tiene como blanco a los cristianos, y tiene consecuencias para toda la población”. En su discurso del 10 de enero al cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, el Papa se refirió con mucha claridad a los ataques que se dirigen en contra de los cristianos en muchos países, mencionando los sucesos de Alejandría, y ello provocó una dura reacción del gobierno egipcio.
Todo esto que sucede en un mundo globalizado, donde nadie puede aducir ignorancia o desconocimiento, nos convoca a la unidad de una actitud espiritual, que nos permita vigorizar nuestra fe, en la fidelidad y en la audacia, como los mártires de todos los tiempos, con mucha oración y una concientización creciente, formándonos en la defensa de la libertad religiosa y de la práctica de la fe.
La Iglesia atiende con solicitud a sus fieles que permanecen abnegadamente y en medio de las dificultades en el Medio Oriente, especialmente en la tierra donde vivió Jesús y donde se difundió primero el Evangelio por el testimonio de los apóstoles. El Viernes Santo, en todas las iglesias del mundo, se realiza una Colecta por los cristianos de Tierra Santa. En ella, tenemos la oportunidad de ofrecer con generosidad nuestra ayuda, para sostenerlos en su combate por la fe y reparar los daños que sufren esas comunidades. La presencia de la Iglesia en esos lugares necesita que estos fieles puedan vivir su fe y sostener una vida humana digna.
Con mucho afecto, los saluda y bendice,
Mons. Martín de Elizalde OSB, obispo de Nueve de Julio
Nueve de Julio, marzo de 2011
Fuente: AICA
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