Homilía de monseñor Mario Cargnello, arzobispo de Salta en la Vigilia de Oración por la Vida Naciente (Catedral Basílica de Salta, 27 de noviembre de 2010)
Mis queridos hermanos:
Comenzamos un nuevo año litúrgico y el corazón de toda la Iglesia se pone en tensión hacia la Navidad, viviendo estas cuatro semanas el tiempo del Adviento. Si hay una actitud que marca este tiempo, es la actitud de la esperanza: se trata de descubrir la historia y la vida personal como el camino hacia un encuentro, como la espera de alguien que viene; se trata de descubrir la vida como el camino hacia un norte, el camino con sentido. La Iglesia se pone en esa dinámica y va hacia el Encuentro con el Señor que viene.
En este primer domingo meditamos el Evangelio según san Mateo y nos ponemos frente a la imagen del Juez de la vida, el Señor; es Él quien alimenta nuestra esperanza.
¿Puede el hombre de nuestro tiempo esperar? Si hemos tirado abajo tantos mitos, tantas creencias; si la capacidad de investigación del hombre y el avance de la ciencia nos ha permitido vencer tantos obstáculos, tantas enfermedades, mejorando la calidad de vida, prolongando la vida… ¿puede el hombre de nuestro tiempo esperar? Ya no vivimos en tiempos en los que muchas de las realidades que acompañan al hombre se convertían en amenazas, que alimentaban el temor y por eso se buscaba respuestas en el religioso. ¿Tiene sentido, hoy, esperar? Y sin embargo, el hombre de hoy, como el hombre de siempre, se sigue preguntando. Incluso, más que nunca, sigue buscando a magos, a horóscopos, a turismos, a palabras, a revelaciones… tratando de alimentar esperanzas. Este hombre tan seguro de sí mismo aparece en este tiempo profundamente frágil y en el corazón de la fragilidad humana nosotros los creyentes nos ponemos en la dinámica de la verdadera esperanza, que es esa tensión hacia un encuentro, que es un ir hacia alguien que viene. Eso es el Adviento.
Escuchábamos nosotros los textos de la Palabra de Dios. En el Evangelio se nos ha leído un párrafo del capítulo 24 de San Mateo. Es un gran discurso sobre el final de los tiempos; una exhortación a estar vigilantes y fieles y a no tener la actitud que tuvieron aquellos contemporáneos de Noé que no advertían la novedad de su tiempo, pereciendo con el diluvio. Hay que entender que estos textos del Evangelio de Mateo que estamos leyendo responden a una expresión dicha por el Señor, algunos versículos antes: “Ustedes van a tener tribulaciones, muchos sucumbirán, aparecerán una multitud de falsos profetas que engañaran a mucha gente” y dice esta expresión: “al aumentar la maldad se enfriará el amor de muchos”.
No podemos negar que aumenta en el ambiente cultural un clima de relativismo, de mentira, de querer hacer un dios a nuestra medida, de querer justificar lo que hacemos porque no queremos tomar en serio la vida. Muchas veces el éxito es más importante que la nobleza de la vida. Si nosotros tuviéramos aquí una persona exitosa, y al lado un científico trabajador que quizás salvó la vida a veinticinco, estoy seguro que nuestra mirada y nuestra atención iría al exitoso, aunque para ser exitoso hubiera cortado veinticinco cabezas. El clima general de la cultura de occidente se deja impregnar por este mentir, por este atropellar relativizando todo.
Vivimos una cultura que hace un culto del propio yo, del propio placer, en la que la vida se encierra en una actitud autista y en la que se hace difícil ir más allá del límite de nuestro propio cuerpo. Frente a eso, el Señor nos invita a vigilar: “Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué dia vendrá el Señor”. Hay muchos en nuestra sociedad que han vaciado de contenido la vida, la dignidad de las personas y de los vínculos: se han destruido familias, se disuelven con mucha facilidad familias, no creemos en la institución familia, todo depende de lo que sentimos, todo es por un cierto tiempo. No se usa la palabra “siempre”, se le tiene miedo, se le considera como algo que “hay que arrastrar”, que “ya no va más”; y lo que nos queda es una vida vacía, que termina evadiéndose por lo frívolo, muchas veces por lo mentiroso que termina destruyendo al hombre. Al querer acallar a Dios, terminamos destruyendo al hombre. La muerte de Dios termina siendo la muerte del hombre.
Frente a eso, la Iglesia nos invita a reconocer el valor magnifico de la vida desde la esperanza. Se trata de volver a mirar a Cristo, volver a encontrarnos con Él y con su Palabra, de volver a descubrir la fuerza magnifica de la existencia que brota del Dios que está desde el comienzo de la vida, del Dios de Jesús que nos espera al final y nos acompaña siempre. La vida está llena de la presencia de Dios.
En ese vaciar el contenido de la vida, se vacía también el sentido y significado de la vida. Nuestro tiempo –y está muy bien- descubre el derecho de las personas, los pone a consideración de los pueblos, los defiende, los cuida con las leyes; pero, al mismo tiempo, margina al no nacido, presenta la relación entre la madre y el hijo como una relación de rivalidad en el propio vientre de la madre. Marginamos la vida de los niños, porque no sabemos orientarlos, porque no propiciamos una cultura de la familia y los dejamos librados a la incertidumbre de las peleas de los padres, de las separaciones rápidas, de las decisiones irresponsables. Con el prurito de destacar el éxito a cualquier precio, justificamos las inequidades. Tenemos a nuestros jóvenes sin futuro, porque no pensamos en dejarles una sociedad que fomente el trabajo sino principalmente el lucro. Y vemos chicos y chicas que a los veinte años ya están cansados de vivir. Se van gestando economías de familias que viven de la venta de la droga, y mientras vemos zapatillas y celulares colgados, decimos que nos sabemos dónde se vende. Pretendemos justificar la decisión de un suicidio usando eufemismos. Y marginamos.
Frente a esto, sólo una acción poderosa del Espíritu puede recrearnos en el encuentro con la Palabra de Dios, puede devolver a la propia vida y a la vida que nos rodea el peso magnifico de la dignidad del Hijo de Dios, de la familia de Dios.
Pablo decía “ustedes saben en qué tiempo vivimos… basta de excesos en la comida y en la bebida, basta de lujuria y libertinaje”. En el fondo el conflicto está en cómo pienso la vida: si centrada en mí o abierta los demás. ¿Quién es el eje de mi existencia: mi propio yo en un egoísmo que me destruye o Jesucristo que me enseña a entregarme a los demás?
Somos invitados a celebrar la Navidad venciendo cualquier miedo y abriéndonos de corazón al Dios de la Vida para que Él pueda pedirnos a nosotros, los cristianos, que abriéndonos con generosidad a la Palabra de Dios nos dispongamos a que Él cambie el corazón nuestro y nos haga capaces de sembrar generosidad en donde nos toca vivir y donde nos toca actuar.
El Papa ha pedido que en esta tarde, durante la Vigilia del primer domingo de Adviento, juntos todos rezáramos por la vida. Nosotros comenzamos rezando los salmos. ‘Vísperas’ es la hora cuando cae el sol, renovándose la esperanza de que mañana volverá a salir. El cristiano es uno que vive mañana y tarde en la dinámica de la Pascua: mueres, resucitas; mueres, vives; vences tu egoísmo y creces en solidaridad y en altruismo. Te descubres Hijo de Dios, te descubres hermano de los demás. Morir y vivir, morir y servir, he aquí el camino de este Adviento y de este nuevo año litúrgico que comienza hoy. Ese es el estilo del cristiano.
Vigilemos. La vida no es la que hoy aparece en la televisión; la vida tiene el peso y el valor magnifico de la vida de Jesús entregada por cada uno de nosotros. La vida humana vale la Sangre de Jesús. El cristiano no puede minimizar esto.
Mons. Mario Cargnello, arzobispo de Salta
Fuente: AICA
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