"Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo:" (Mc 3,6)

11 de mayo de 2010

Mons. Lic. Carmelo Giaquinta: "Fidelidad a la Palabra de Dios y compromiso ciudadano"


Homilía de Mons. Lic. Carmelo Juan Giaquinta, Arzobispo emérito de Resistencia y Profesor emérito activo de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica Argentina (UCA), para el sexto domingo de Pascua (9 de mayo de 2010)

Jn 14,23-39

I. “El que me ama será fiel a mi Palabra”

1. Hoy Jesús nos dice: “El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él. El que no me ama no es fiel a mis palabras” (Jn 14,23-24). La palabra de Dios es todo lo que tiene el cristiano. Y no es poca cosa. No es lo mismo que tener la Biblia. Muchos la tienen y la leen, pero no tienen la Palabra de Dios porque no la escuchan con el corazón. Otros no tienen la Biblia, pero tienen la Palabra de Dios, porque la escuchan y viven conforme a ella.

2. Sería muy consolador detenernos a gustar la Palabra de Dios. El salmo dice: “La palabra del Señor es pura, permanece para siempre; los juicios del Señor son la verdad, enteramente justos. Son más atrayentes que el oro, que el oro más fino; más dulces que la miel, más que el jugo del panal” (Sal 19,10-11). Pero la situación que viven los cristinos, a veces exige que el predicador oriente en un sentido más práctico su homilía. Y es lo que haré.

II. La Palabra de Dios nos habla por medio de la naturaleza

3. La palabra pareciera poca cosa. “Las palabras vuelan”, dice el refrán. Pero la Palabra de Dios es diferente. Lo que ella dice, se hace. Como narra el Génesis: “Dijo Dios: ‘Que exista la luz’. Y la luz existió” (Gen 1,3). El evangelio de Juan profundiza en esta comprensión de la Palabra: “Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe” (Jn 1,1-3).

4. La palabra de Dios nos llega de muchas maneras. Por un ejemplo o enseñanza que alguien nos da: los padres, el maestro, el catequista, el sacerdote, un compañero. Por las leyes sabias. Por la oración pidiendo el Espíritu Santo. Por la enseñanza de la Iglesia. Por la Biblia, leída con fe. Y, sobre todo, por Jesucristo, la Palabra viva de Dios: “Ahora, en este tiempo final, Dios nos habló por medio de su Hijo” (Hb 1,2).

5. Sin embargo, la primera manera cómo Dios nos hace llegar su Palabra es por medio de la naturaleza creada por él, pues fue su Palabra la que hizo el mundo. Para escucharla basta el sentido común. Como dice el Salmo: “El cielo proclama la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos; un día transmite al otro este mensaje y las noches se van dando la noticia. Sin hablar, sin pronunciar palabras, sin que se escuche su voz, resuena su eco por toda la tierra y su lenguaje, hasta los confines del mundo…” (Sal 19,2-5).

6. Dios hace escuchar su Palabra no sólo en el espectáculo del cielo. Todo lo que somos, lo somos por su Palabra: el cuerpo, el psiquismo, el sexo, los sentimientos. El cantor antiguo se extasiaba escuchando la Palabra de Dios en su propio ser: “Tú creaste mis entrañas, me plasmaste en el seno de mi madre: te doy gracias porque fui formado de manera tan admirable” (Sal 139,13-14).

III. El Congreso no tiene derecho a modificar el matrimonio

7. Está fermentando en el Congreso un proyecto de ley para cambiar la naturaleza del matrimonio. Ya fue aprobado en Diputados que se modifique el Código Civil, y que, en adelante, para contraer matrimonio baste la figura genérica de “los contrayentes”, y no ya la realidad innegable ofrecida por la naturaleza de ser varón y mujer.

IV. El mutismo del ciudadano cristiano

8. En esta situación, me extraña el mutismo del ciudadano cristiano. ¿Están expresando su pensamiento los miles de colegios católicos con sus respectivas uniones de padres? ¿Y los consejos provinciales de educación católica? ¿Y las universidades católicas? ¿Y las entidades laicales de la Iglesia? ¿Será que, al tomar la palabra siempre los Obispos, hemos castrado a los laicos en su protagonismo como ciudadanos? ¿Los fieles laicos se sienten apabullados por los medios? ¿Será que están cayendo bajo la tiranía del lenguaje falaz impuesto por pequeños grupos, como “evitar toda discriminación”, bajo el manto de “los derechos humanos”? ¿Piensan también ellos que el ser varón o ser mujer es algo horroroso, y que hay que acabar con el “determinismo biológico”, como se aplaudió en el Congreso?

V. ¡Qué se nos caigan las anteojeras!

9. Cómo han votado muchos en el Congreso, en particular algunos presidenciables, ha de servirnos para que a los cristianos se nos caigan las anteojeras. No existen partidos importantes cristianos, semi-cristianos o menos malos que otros. En la Argentina, como en todo el mundo, hoy el ciudadano cristiano debe elegir entre malo y malo. Y le hace falta prudencia para elegir el mal menor. Si quiere transformar la realidad política, que milite en un partido. Lo van a triturar. Pero con la gracia de Dios, podrá resistir. Hay que estar en el barro y no embarrarse, como la flor del loto. El apóstol San Pablo dice: “No quiero decir que se aparten por completo de los deshonestos de este mundo… De ser así tendrían que abandonar este mundo. Lo que quise decirles es que no se mezclen con aquellos que diciéndose hermanos, son deshonestos” (1 Co 5,9-11).

Mons. Carmelo Juan Giaquinta, Arzobispo emérito de Resistencia

Fuente: AICA - Agencia Informativa Católica Argentina

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