El terremoto de Haití, la catástrofe, las imágenes televisivas en todo el mundo, los medios gráficos e Internet pusieron nuevamente en el tapete la cuestión del dolor humano ¿por qué a ti? ¿por qué a mí? ¿por qué Haití? Muchas personas cuestionan a un Dios que permite semejante sufrimiento; otras lejos de cuestionar a Dios consideran que se trata de un castigo a causa del pecado moral del pueblo haitiano, inmerso en el budú y la promiscuidad sexual como si se tratara de una versión posmoderna del relato de Sodoma y Gomorra, que los profetas de la Antigua Alianza se encargaron de identificar como la “depravación moral”, la “catástrofe” y la “injusticia social” (cf. Isaías 1,9-10; Jeremías 49,17-18; Ezequiel 16,49). Pero ¿cuál es la causa del sufrimiento? Porque si nos basamos en la infantil teoría catequística de los dos dioses: el Dios-castigo (intolerante) del Antiguo Testamento y el Dios-amor (permisivo) del Nuevo Testamento, la cuestión del dolor hace que esta teoría teológica quede reducida a una idea muy superficial sobre quien es verdaderamente Dios y nuestra comprensión del tiempo que nos toca vivir se vuelve “esquemáticamente” irreal y absurda. Tampoco podemos desatender las voces que señalan otros pecados, además de los morales y sociales, por ejemplo: los pecados ecológicos cometidos por la humanidad a la Tierra y el planeta reacciona ante tales “ofensas” contra el ecosistema con catástrofes naturales.
¿Pero, entonces y definitivamente, la causa del sufrimiento es el pecado? Para el Israel que conoció a Jesús en su ministerio público era la respuesta, sin dudas. Pero, para Jesús ¿es ésta la respuesta? El mismo se enfrenta a esta cuestión cuando sus discípulos le preguntan sobre el ciego de nacimiento: “Maestro, ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?”. “Ni él ni sus padres han pecado, respondió Jesús; nació así para que se manifiesten en él las obras de Dios…” (Juan 9,2-3). Jesús no se conformó con una explicación sino que lo sanó (cf. Juan 9,6-7). Por lo tanto, no podemos adjudicar a una consecuencia directa del pecado el sufrimiento del prójimo o el propio, pero lo que sí podemos hacer es todo lo que esté a nuestro alcance para mitigarlo. Jesús no desarrolló un sistema filosófico de explicación del sufrimiento sino que lo vivió por experiencia personal, contemplarlo a Él quizá no nos de la respuesta del “¿por qué?” pero seguramente nos proyectará al “para qué” como en el caso del ciego de nacimiento.
Para concluir esta editorial, que reconozco tiene algunos elementos tomados del genial Anselm Grün, es importante decir que la comprensión actual que podemos tener de la naturaleza y la Creación impacta cuando vemos imágenes de animales maltratándose entre sí, no solo para alimentarse y mantener el equilibrio biológico, sino muchas veces innecesariamente, de manera cruel y despiadada sin intervención del ser humano. Entonces, podemos preguntarnos si tenemos la idea correcta de la Creación, la naturaleza y Dios o si nuestra idea es irreal, basada en una “moralina” bíblica y religiosa muy superficial e inmadura. Dios no se rige de acuerdo a nuestras ideas teológicas o políticas sino de acuerdo a Su Propia Naturaleza y no necesita justificarse por ningún motivo pero nos da la libertad de preguntarnos y preguntarle: ¿por qué? (PCD).
Publicado por Prensa Cristiana Digital No. 23, febrero del 2010
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foto: AICA
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