I.- Planteo histórico pre Concilio Vaticano II de la relación entre la Biblia y el Sacramento
Desde el siglo X, en que el sacerdocio deja de ubicarse en lo eclesial-misional y comienza a ubicarse en lo jerárquico-cultual se empieza a gestar un distanciamiento lamentable entre la Palabra de Dios y el Sacramento. Por ejemplo: el abandono del antiquísimo rito bíblico de la imposición de manos para la ordenación de los presbíteros con la aparición del Pontifical Romano Germánico entre el 950 y 962 d.C. que influenciará a la Iglesia, incluso en la teología monástica (cf. Phase XXI, 203-222 Centre Pastoral Litúrgica de Barcelona).
A partir del siglo XVI, con la reforma protestante, esta escisión entre la Biblia y la Liturgia tomará ribetes de ruptura, ya que la Reforma en los siglos posteriores se autoproclamará como la “Iglesia de la Palabra” e identificará a la Iglesia Católica como la “Iglesia de los Sacramentos”, pretendiendo apropiarse de la Biblia como patrimonio exclusivo. Por desgracia, esta mentira provocó un lastre de siglos para los católicos en detrimento del uso de la Sagrada Escritura en la Iglesia hasta llegar a los Movimientos Litúrgico y Bíblico, con sus enseñanzas que desemboca en el Concilio Vaticano II, el cual ha sido el gran instrumento del vínculo eficaz de la Sagrada Escritura y los Sacramentos para la acción litúrgica por el poder del Espíritu Santo en beneficio de los hijos de Dios.
II.- La integración de la Palabra de Dios en la Liturgia desde el Concilio Vaticano II
La doctrina bíblica del Concilio Vaticano II ha revalorizado a la Palabra de Dios en toda celebración litúrgica (cf. Sacrosanctum Concilium 24 y 35). Actualmente, esto no se limita a una cuestión teórica sino que resulta totalmente normal observar el lugar destacado, honroso y distinguido que ocupa la Sagrada Escritura en el conjunto de los ritos litúrgicos. La doctrina conciliar es precisa al señalarse el propio Concilio Vaticano bajo la escucha de la Palabra de Dios ante la Iglesia y el mundo, proclamándola con valentía (Dei Verbum 1) y establece el principio doctrinal que por medio de la Palabra de Dios proclamada en la Iglesia es Jesucristo Mismo quien actúa sobre los fieles (cf. Sacrosanctum Concilium 7). Sin confundir la Presencia real y substancial de Cristo en la Eucaristía con la Presencia real operativa de Cristo en la Sagrada Escritura el Concilio no tuvo inconvenientes de realizar un parangón entre la Escritura y el Cuerpo de Cristo (cf. Dei Verbum 21).
Además, de otras importantes referencias en los decretos Perfectae Caritatis sobre la renovación de la vida religiosa y Presbyterorum ordinis sobre el ministerio y la vida de los presbíteros. El Concilio Vaticano II deja claro que la Sagrada Escritura es fundamental en la vida de la Iglesia.
Luego del Concilio Vaticano II, el Papa Paulo VI en su constitución apostólica Missale Romanum del 3 de abril de 1969 determina que todo esto ha sido ordenado para estimular en los fieles el hambre por la Palabra de Dios y que bajo la acción del Espíritu Santo se oriente a la unidad de la Iglesia.
El Misal Romano recapitula lo formalizado en el Concilio y nos ofrece que las en lecturas bíblicas Dios habla a Su Pueblo, lo alimenta y Cristo se hace Presente por medio de Su Palabra (cf. Ordenación General del Misal Romano 33).
En resumen, en la doctrina de las dos Mesas (la de la Palabra de Dios y la de la Eucaristía) el Concilio Vaticano II ha descubierto a los ojos del mundo la revelación de unidad de la Palabra y el Sacramento en pos de la salvación humana.
III.- Los Leccionarios - el incalculable valor de la Palabra de Dios
El reconocimiento de la palabra como el cauce de la Presencia operativa de Dios es tan antiguo como la Sagrada Escritura. El relato de la creación del mundo se describe en el libro del Génesis con un mandato verbal: “dijo Dios”, así también era la Palabra de Dios la que venía sobre los profetas, la que dirigía los destinos de Israel. El Nuevo Testamento nos aporta los milagros operados por Jesucristo siempre precedidos por la palabra como expresión del poder restaurador de Dios. El propio Jesús anuncia la Palabra de Dios (cf. Mc 2,2). Escuchar y practicar el Evangelio es condición para ser discípulo de Cristo (cf. Jn 8,31). El que guarda la Palabra recibe el amor de Dios que viene a morar en él (cf. Jn 14,21). Asimismo, la Iglesia tomó como propio el anuncio de la Palabra de Dios (cf. Hch 6,4). Esta Palabra es de una eficacia precisa (cf. Hb 4,12). Es Palabra de verdad (cf. Col 1,5; Sant 1,18). Es Palabra de vida (cf. Flp 2,16). San Pedro en su discurso de Pentecostés exhorta a convertirse, bautizarse para recibir el don del Espíritu Santo (cf. Hch 2,37-41).
La Palabra de Dios fundamenta los Sacramentos y en los Sacramentos el ser humano recibe la gracia santificante, encontrando su cumplimiento profético la Palabra y los acontecimientos descritos por la Escritura.
Hoy en día, todo sacramento tiene su Leccionario propio, incluso el sacramento de la penitencia porque antes de la confesión de los pecados el confesor o el penitente deben leer alguno de los textos de la Sagrada Escritura presentados en el Ritual de los Sacramentos para que los fieles sean iluminados en el reconocimiento de sus pecados, llamados a la conversión y estimulados por la misericordia de Dios (cf. Ordo Paenitentiae. Praenotanda 17).
Mauricio Shara
Bibliografía: Se agrega el Tratado General de los Sacramentos de Ramón Arnau (BAC)
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