Carta al Pueblo de Dios
LA FE EN JESUCRISTO NOS MUEVE
A LA VERDAD, LA JUSTICIA Y LA PAZ
Muy apreciados hermanos y hermanas:
1. Como creyentes y pastores, queremos
ser servidores de la reconciliación, en medio del pueblo argentino, y como
parte de él. Estamos felices de haber recibido esta vocación. Reconocemos sin
embargo nuestra limitación y pobreza, para una tarea tan amplia y exigente.
Pero en este Año de la fe, renovamos nuestra confianza, “porque Cristo es
nuestra paz” (Ef 2,14). Él ha restablecido la paz por la sangre de su cruz (cf
Col 1,20).
2. La patria argentina ha vivido
momentos difíciles y críticos, a lo largo de sus doscientos años de historia.
Un tiempo especial de desencuentro y de enfrentamientos dolorosos, fue la
década del 70. Han pasado muchos años y siguen surgiendo interrogantes acerca
de los hechos ocurridos, y de la responsabilidad que tuvieron personas e
instituciones. Al volver sobre aquellos hechos, es preciso tener en cuenta el
contexto socio-político de la época, y los diversos actores que entonces
intervinieron.
Algunas afirmaciones recientes, a
partir de las declaraciones del ex-presidente “de facto” J. R. Videla,
atribuyen a quienes entonces conducían el Episcopado, alguna complicidad con
hechos delictivos. Como ha respondido el actual presidente de la Conferencia:
que haya habido “una suerte de connivencia es totalmente alejado de la verdad
de lo que hicieron los obispos involucrados en ese momento” [la presidencia del
Episcopado] (La Nación 5/8/12).
3. Conocemos los sufrimientos y
reclamos de la Iglesia, por tantos desaparecidos, torturados, ejecutados sin
juicio, niños quitados a sus madres, a causa del terrorismo de Estado. Como
también sabemos de la muerte y desolación, causada por la violencia
guerrillera. No podemos ni queremos eludir la responsabilidad de avanzar en el
conocimiento de esa verdad dolorosa y comprometedora para todos. A pesar de que
la historia vivida no se deja desentrañar fácilmente, y tampoco la
responsabilidad que cabe a cada persona, nos queda la preocupación por
completar un estudio demorado pero necesario.
4. De nuestros hermanos mayores, los
obispos que nos precedieron, hemos recibido su palabra y testimonio. Sobre su
modo de actuar, volvemos con respeto, sin poder conocer a fondo cuánto supieron
personalmente de lo que estaba sucediendo. Ellos intentaron hacer cuanto estaba
a su alcance por el bien de todos, de acuerdo con su conciencia y juicio
prudencial. Por eso mismo, aun deseando penetrar más en la verdad de los hechos
y de las personas, consideramos conveniente recordar algunos párrafos de su
enseñanza, que al repasarla aparece lúcida y oportuna. Reconocemos, además, que
no todos los miembros de la Iglesia pensaron y actuaron con idénticos
criterios.
5. De entre tantas declaraciones y
publicaciones, ofrecemos algunos ejemplos: “Someter a una persona a la tortura
para arrancarle informaciones o confesiones ... siempre es ilícito”
(Declaración de la CEA, 16/3/72). “No será vano reiterar que para todo
cristiano, no excluidos quienes ejercen autoridad, aún a costa de la eficacia
inmediata, hoy como siempre y en toda circunstancia conserva su valor ético: el
fin no justifica los medios” (Carta colectiva CEA, Reflexión cristiana para el
pueblo de la Patria, 7/5/1977).
Unos años más tarde, el documento
Iglesia y Comunidad Nacional (1981), condenó de varias maneras todo tipo de
violencia. En síntesis: la lucha armada nunca es un camino legítimo para la
búsqueda de logros sociales, por más buenos que parezcan. Por eso es reprobable
la violencia ejercida por la guerrilla, que aún operando durante el gobierno
democrático, atentó contra la vida de personas e instituciones. Pero menos aún
puede legitimarse la violencia ejercida por el Estado, fuera de la ley, ni por
grupos paramilitares. Es el Estado el responsable de tutelar los derechos de
todos (cf ICN 33. 97. 133). Y en esa ocasión dijeron los obispos: “Porque se
hace urgente la reconciliación argentina, queremos afirmar que ella se edifica
sólo sobre la verdad, la justicia y la libertad, impregnadas en la misericordia
y en el amor” (ICN 34).
6. En el año 2000, la celebración del
gran Jubileo, fue una oportunidad importante e inspiradora, que motivó a la
Iglesia a revisar su vida y a pedir perdón, como pocas instituciones lo
hicieron. En aquella ocasión, imploramos la misericordia de Dios: “porque en
diferentes momentos de nuestra historia, hemos sido indulgentes con posturas
totalitarias, lesionando libertades democráticas, que brotan de la dignidad
humana”; y también “porque con algunas acciones u omisiones hemos discriminado
a muchos de nuestros hermanos, sin comprometernos suficientemente en la defensa
de sus derechos” (Encuentro Eucarístico Nacional, Córdoba, septiembre del 2000).
7. Queremos estar cerca de cuantos
sufren todavía por hechos no esclarecidos ni reparados. Cuando la justicia es
demasiado largamente esperada, deja de ser justicia, y agrega dolor y
escepticismo. Sabemos que en miles de familias hay heridas abiertas y
angustiosas, por lo acontecido después del secuestro, detención o desaparición
de un ser querido. Compartimos el dolor de todos ellos y reiteramos el pedido
de perdón a quienes hayamos defraudado o no acompañado como debimos.
8. Nos sentimos comprometidos a
promover un estudio más completo de esos acontecimientos, a fin de seguir
buscando la verdad, en la certeza de que ella nos hará libres (cf Jn 8,32). Por
ello nos estamos abocando a revisar todos los antecedentes a nuestro alcance.
Asimismo alentamos a otros interesados e investigadores, a realizarlo en los
ámbitos que corresponda. De nuestra parte, hemos colaborado con la justicia,
cuando se nos solicitó información, de la cual podíamos disponer. Además,
exhortamos a quienes tengan datos sobre el paradero de niños robados, o
conozcan lugares de sepultura clandestina, que se reconozcan moralmente
obligados a acudir a las autoridades pertinentes.
9. Seguimos comprometidos y empeñados
en promover la fraternidad y la amistad social en el pueblo argentino, para
lograr caminar juntos en la búsqueda del bien común. La reconciliación no es
“borrón y cuenta nueva”, y menos impunidad. Es necesario: el empeño en la
búsqueda de la verdad, el reconocimiento de cuanto sea deplorable, el
arrepentimiento de quienes sean culpables, y la reparación en justicia de los
daños causados (cf JUAN PABLO II, Jornada por la Paz 1997). También debemos
reconocer que el perdón y la reconciliación son dones de un Dios, que nos hace
hermanos.
10. En este Año de la fe, que estamos
comenzando con la Iglesia en todo el mundo, y en el camino del Bicentenario de
la Patria (2010-2016), renovamos nuestra vocación de servidores de todos, en
especial de los que más sufren. La Virgen María, al pie de la cruz, experimentó
el dolor por la muerte de su Hijo. A Ella le pedimos que abrace con ternura a
cuantos esperan el consuelo de la verdad, la justicia y la paz.
Los Obispos de la República Argentina
104º Asamblea Plenaria, 9 de
noviembre de 2012
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