"Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo:" (Mc 3,6)

13 de septiembre de 2010

Jesucristo en primer lugar

Homilía de monseñor Luis T. Stöckler, obispo de Quilmes, para el 23º domingo durante el año (5 de septiembre de 2010)
 
Uno podría pensar que el evangelio de hoy es para algunos selectos; para religiosas, monjes y sacerdotes; y que los laicos no están en condiciones de poner en práctica lo que Jesús exige. Posponer la familia y renunciar a todo lo que uno posee, parece imposible para alguien que se ha comprometido en el matrimonio y aceptado la responsabilidad de tener y mantener los hijos.

Seguramente Jesús no quiso crear dos categorías de cristianos. Más bien quiere alertarnos de tomar conciencia que el seguir a él trae consecuencias para “cualquiera que venga a mí”. Sólo él tiene la autoridad de hablar así, porque él es más que un profeta. En él habla Dios mismo. Cuando pensamos en el mandamiento principal en su doble dimensión: “amar a Dios por encima de todo, y al prójimo como a nosotros mismos”, Jesús no entra simplemente en la categoría del prójimo, sino en el primer lugar, reservado para Dios. Sólo al amarlo a él con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas, encuentra el hombre la plenitud. Porque nos ha creado orientados hacia él, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en él, como dice san Agustín.
 
Los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, que los religiosos aceptan en la profesión para su vida, hay que entenderlos como un signo profético para recordarnos, que todo lo que poseemos y somos, es don de Dios, que no debe transformarse en un ídolo en su reemplazo. Los padres de familia trasmiten esta verdad, cuando rezan con sus hijos y agradecen a Dios la salud, el trabajo; cuando bendicen la mesa, y cuando llevan una vida austera y comparten con generosidad con los pobres. Y sobre todo, cuando no pierden la confianza en la providencia de Dios en momentos difíciles, transformando la cruz en una herramienta de amor. La fidelidad de los esposos en el transcurso del tiempo, la delicadeza de aceptar las limitaciones del otro y de descubrir siempre de nuevo el amor que Dios manifiesta en la entrega mutua, es un modo de reconocer que uno no es propietario de la familia. Es en la familia también, donde se aprende a no reservarse ni la vida propia, sino a estar humildemente a disposición de los demás.
 
La actualidad del esta enseñanza de Jesús está a la vista, cuando vemos la merma de los casamientos y el aumento de las separaciones, con la consecuencia de hijos desorientados y abandonados, que no descubren para qué han venido al mundo. Sin la contención del hogar, la violencia se traslada al ambiente público, y la política se practica como lucha por el poder y el dinero. El sentido de la solidaridad, la sensibilidad por los derechos humanos, el respeto por la autoridad, que son fruto de una cultura cristiana, se va perdiendo cuando no se sostienen en la fe en un Dios que nos anima y que un día nos pedirá cuentas de nuestra conducta.
 
Vivir el evangelio en serio, no es cuestión solamente de religiosos, sino de todo cristiano. Para poder hacerlo, debemos ayudarnos mutuamente. De ahí, la importancia de las pequeñas comunidades, donde se comparte la Palabra de Dios y la experiencia de su vivencia, y donde se despierta también el compromiso de entrar en los diversos ámbitos de la sociedad que necesita de la audacia de los que realmente quieren ser fieles a la enseñanza de Jesucristo.
 
Cuando Jesús mismo en su momento dejó su familia y la seguridad del trabajo para comenzar una vida de misionero itinerante, su Madre se transformó en su discípula y lo siguió hasta la cruz. Pidamos a María, a la cual nos dejó como Madre nuestra, que sea nuestra Maestra en el seguimiento de su Hijo.
 
Mons. Luis T. Stöckler, obispo de Quilmes

Fuente: AICA

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