"Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo:" (Mc 3,6)

27 de julio de 2010

Jesús, el Buen Pastor, es un hombre de oración

Homilía de monseñor Carmelo Juan Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia, para la homilía del domingo 17º durante el año (25 julio de 2010)

Lc 11,1-13

I. “JESÚS ESTABA ORANDO EN CIERTO LUGAR”

1. El Evangelio de San Lucas, que describe a Jesús participando de la oración comunitaria los sábados en la sinagoga, lo describe también orando a solas: “Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar…” (Lc 11,1). Lo hace con más frecuencia que los otros evangelistas: en su bautismo, cuando comienza a cundir su fama, en la elección de los doce Apóstoles, antes de anunciar su pasión, antes de la transfiguración, en la agonía, en la cruz. Lucas no separa la jornada pastoral de Jesús de su oración personal como si fuesen dos cosas distintas. La oración integra su jornada, es su corazón. Jesús, el Buen Pastor, es un hombre de oración que se va a la montaña a orar.

II. “TE ALABO, PADRE, SEÑOR DEL CIELO Y DE LA TIERRA”

2. Hojeando el evangelio de Lucas, apreciamos que la oración de Jesús se expresa prácticamente en una sola palabra: “¡Padre!”. La pronuncia siempre. En los momentos de alegría: “En aquel momento Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: ‘Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido” (Lc 10,21). Y la pronuncia en los momentos de intenso dolor: “Padre, si quieres, aleja de mí este cáliz. Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22,42). Con esta oración tan simple, Jesús se despide de este mundo perdonando a los que lo crucifican: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). Y entregando su alma a Dios “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23,45).
 
3. Vale la pena detenernos a contemplar a Jesús que ora, pero haciéndolo con fe y amor. Como lo hizo el discípulo. Era tan bello contemplarlo orar, que le entró un santo deseo: “Un día Jesús estaba orando a solas en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: ‘Señor, enséñanos a orar’” (Lc 11,1). La contemplación de Jesús orando nos revela la dimensión más profunda de su humanidad. Y, consecuentemente, nos revela el misterio más hondo del hombre. Éste ha sido creado para tratar familiarmente con Dios, como un hijo pequeño con su padre. Y, por tanto, está llamado a descubrir a los demás hombres como hermanos.
 
III. “CUANDO OREN DIGAN: PADRE…”

4. Por ello Jesús nos enseña a orar como lo hace él: “Cuando oren, digan: Padre…” (v. 2). La comunidad cristiana primitiva quedó impresionada por este nuevo modo de orar enseñado por Jesús, al punto que, aun en las comunidades de origen griego, se utilizaba la palabra aramea - “¡Abba!” - usada por Jesús para decir “Padre”: “Y decía: ‘Abba (Padre) todo te es posible: aleja de mi este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Mc 14,36). Por ello el apóstol Pablo les recuerda a los cristianos de Galacia: “La prueba de que ustedes son hijos, es que Dios infundió en nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama a Dios llamándolo ‘¡Abba!’ (es decir, Padre)” (Ga 4,6).

5. Las dos parábolas que siguen a la enseñanza del Padre Nuestro, la del amigo inoportuno y la del hijo que le pide pan a su padre (cf. Lc 11,5-13), subrayan la confianza total en Dios y el espíritu filial con que hemos de hacer la oración al Padre.
 
IV. EL PADRE NUESTRO, SÍNTESIS DE LA FE CRISTIANA

6. Jesús sabía muy bien lo complicada que se había vuelto la religión, que ni los mismos letrados sabían cuál era el mandamiento más importante de todos. De allí que nos dejó una síntesis maravillosa de toda la Biblia condensándola en el amor a Dios y en el amor al prójimo. Pero nos dejó una síntesis aun más profunda y bella de todo su Evangelio en el Padre Nuestro. ¿Qué más se puede decir de Dios sino que es nuestro Padre? ¿Qué más se puede decir del hombre sino que es su hijo? ¿Y que, consecuentemente, los demás son hermanos nuestros?

7. Una pastoral popular que se precie de tal tiene en el Padre Nuestro su arma más poderosa. Arma sencilla, casi ridícula a los ojos humanos, pero muy eficaz. Es preciso que los pastores, papás y catequistas enseñemos a rezarlo con fe y amor. Gustando la palabra “Padre” y cada una de las palabras que lo componen. Perdonando de corazón a los que nos ofenden o hacen daño. E incluso orando por ellos, según nos enseñó Jesús: “Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian. Bendigan a los que los maldicen, rueguen por los que los difaman” (Lc 6,27-28).

8. Yo bendigo la memoria de mi padre, aparentemente inculto de la religión, pero que me enseñó a rezar el Padre Nuestro, y lo rezaba conmigo cuando volvía tarde del trabajo. Los cristianos antiguos acostumbraban rezar el Padre Nuestro tres veces por día. Costumbre que pervive en la liturgia diaria: en el rezo de las laudes matutinas, de las vísperas y de la Misa cotidiana. ¿No sería oportuno recomendar a los fieles rezarlo al menos una vez al día: por ejemplo: en la mesa, o al acostarse, o al levantarse?
 
Mons. Carmelo Juan Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia y Prof. emérito de la Facultad de Teología de la Pontificia UCA

Fuente: AICA

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