Editorial de monseñor José Vicente Conejero Gallego, obispo de Formosa
para el suplemento diocesano “Peregrinamos”, órgano de difusión de la diócesis
(Mayo de 2012)
Así, como decíamos en nuestra anterior editorial, que Jesús, siendo la fuente de agua viva, tiene sed; hoy,
queremos afirmar, fundamentándonos en la Palabra de Dios, que Jesús, el Pan de Vida, tiene hambre y pide
de comer.
Jesús sintió hambre, no sólo cuando ayunó en el desierto (cf. Mt 4, 2), sino también después de su Resurrección.
Cuando, resucitado, se apareció a los apóstoles, les preguntó “¿Tienen aquí algo de comer?”; y comió un
trozo de pescado asado, delante de ellos. (cf. Lc 24, 36-43). Según el contexto de este relato, pareciera que la
finalidad era para que los apóstoles, atónitos y atemorizados, se convencieran
de que no sólo era un espíritu, sino, el mismo Jesús de carne y hueso que había
compartido con ellos la vida antes de morir en la cruz. También, en el
Evangelio según san Juan, Jesús resucitado come y da de comer pan y pescado a
sus discípulos a orillas del lago de Tiberíades. (cf. Jn 21, 9- 15). Jesús, al tener hambre y pedir de comer, pone de
manifiesto que, siendo Hijo de Dios, es, a la vez, Hombre verdadero.
Durante la tercera semana de pascua, la liturgia nos ha ofrecido la
lectura continuada de El Pan de Vida, discurso
de Jesús pronunciado en la sinagoga de Cafarnaún (Jn 6, 22- 64). ¡Qué maravilla! Aquí Jesús, se presenta así mismo:
como el Pan vivo del cielo, el Pan de Vida dado por su Padre a los hombres para
que el mundo tenga la verdadera Vida. El hambre
y la sed de los hombres sólo se sacian creyendo y confiando en Jesús. En
esto consiste hacer la voluntad de Dios: en creer en Aquél que Él ha enviado. Y
si nos alimentamos con su Cuerpo y su
Sangre, permaneceremos en Él, resucitaremos en el último día, y tendremos
la Vida eterna para siempre. Jesús, al darnos de este Pan, que es su propia
Carne, se convierte en el Alimento de la
Vida para los hombres y para el mundo. ¿Porqué, entonces, resistirnos a creer
en Él? ¿Por qué no creer con mayor intensidad y celebrar el misterio
eucarístico confiando en las promesas que Jesús nos hace?
Una vez más, paradójicamente, el que es el Pan de Vida y la Fuente de Agua Viva, quien alimenta y sacia
verdaderamente a los hombres con su Cuerpo y con su Sangre, tiene hambre y pide
de comer, tiene sed y pide de beber. ¡Qué humildad! ¿Pero no será que tiene
hambre y sed de nuestra fe, de nuestra adhesión confiada a Él, para guiarnos y
hacernos partícipes de su vida divina trinitaria? Sin duda alguna; Jesús, el Pan de Vida, es, también, el Buen y
Bello Pastor que da la vida por sus ovejas y ha venido para que tengamos Vida,
y la tengamos en abundancia (cf. Jn 10,10).
En este mes de mayo celebraremos la Ascensión
de Jesucristo a los cielos, misterio en el que Jesús, introduciendo
definitivamente su humanidad en el dominio celestial de Dios, precediéndonos en
el Reino glorioso del Padre e intercediendo sin cesar por nosotros, nos asegura
permanentemente la efusión del Espíritu Santo (cf. Catecismo de la Iglesia Católica 665-667). Y al domingo siguiente, Pentecostés, la venida del Espíritu
Santo, el Don de Dios para la Iglesia y para el mundo. Este año, Dios mediante,
celebraremos ésta solemnidad, realizando el III° Congreso Catequístico Nacional en Morón (Buenos Aires). Del 24
al 27 de mayo, participaremos de este gran acontecimiento eclesial, que nos
ayudará fortalecer el Itinerario
Catequístico Permanente y la Renovación de la Catequesis de la Iniciación Cristiana a la luz de Aparecida.
Juntos marcharemos para “Anticipar la
Aurora y Construir la Esperanza”.
El Año de la Fe, que tiene como finalidad redescubrir y profundizar nuestro
conocimiento, adhesión y amor en los misterios de Cristo y de la Iglesia, se va
aproximando; ojalá sea, para todos, motivo de gozo y de esperanza, y vaya
inflamando en nosotros el deseo de vivir más coherentemente el Evangelio de
Jesús.
Mons. José Vicente Conejero Gallego, obispo de Formosa
Fuente: AICA
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